El Bosque Dorado

El bosque ardía, de sus inmensas llamaradas ascendían millares de chispas que revoloteaban indecisas; entre el grupo de ciervos que huían despavoridos por la enmarañada arboleda, Egodrín observaba desde el montículo más alto del valle, en su mente se agolpaban imágenes que no respondían a un orden establecido, pues nada de lo que recordaba tenía un sentido para ella en ese preciso instante. Su padrino, el mago, los elfos .... Eran reflejos de una vida muerta, 

que se asfixiaban, que se consumían lentamente junto con todo lo que hasta entonces, el bosque escondía tan celosamente entre sus misterios. De niña, soñaba con escapar de allí, de saborear la libertad del aventurero... Pero ya no, ya nada merecía la pena después de lo que había sucedido... y la venganza, tan extraña para ella durante toda su juventud, se transformó en una necesidad implacable, en un objetivo jamás planeado y se prometió así misma, en aquel valle agonizante en llamas, que mientras perdurara su espíritu las muertes de sus maestros serían saldadas.
La sangre se deslizaba poco a poco por su rostro. Los agresores, hombres fornidos de rostros tatuados, habían escapado después de haberle infligido varias heridas, dos de ellas en cada una de las mejillas. No la mataron al contario que a su padrino y maestro, pues según lo que pudo intuir era demasiado joven. No entendía nada, ni el motivo de la incursión, ni de la matanza, pero algo si sabía a ciencia cierta, si el Bosque Dorado desaparecía, las deidades primigenias se verían desprotegidas sin ningún lugar adecuado al que esconderse. Su mano se cerró fuertemente alrededor de la empuñadura de su espada, y entonces, miró sorprendida al fondo de la espesura, un lobo de grandiosas proporciones salió corriendo a su encuentro. Era Thalmos, jefe de la manada que vivía por aquellos parajes desde el principio de los tiempos y gran conocido por la joven, pues en una ocasión sus vidas se vieron unidas por una serie de acontecimientos fantásticos. Cruzaron sus miradas, y ella supo en aquel momento que la soledad que hace unos segundos la amenazaba con su eterna compañía se veía truncada por el reencuentro de aquél que tanto tiempo atrás la había ayudado. El animal le habló :
- Es el momento- Ella se sumergió en un silencio impreciso después de que su amigo le hablara, se ahogó en él, desfallecida, incapaz de articular palabra y sin poder remediarlo comenzó a llorar. ésta  fue la última vez en la que la joven derramó lágrimas cargadas de odio hacía aquellos que habían destruido todo lo que amaba en el mundo. Decidida, guardó su espada en el cinto y se dispuso a emprender el camino de un fin inevitable. Thalmos la acompañaba y echando una última mirada hacía el bosque, se pusieron a caminar bajo la humareda chisporroteante del bosque.

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