Un reencuentro literario


 El bullicio elegante del Café Gijón me envolvía como un abrazo familiar en este especial Día del Libro. El tintineo de las tazas y el murmullo de las conversaciones componían una melodía conocida: la banda sonora de tantos encuentros en este templo de la cultura madrileña.

Allí estaba, saboreando un café con leche y la agradable anticipación de la jornada de firmas en la Feria del Libro. Era mi segunda vez, una experiencia que ya no me provocaba el mismo vértigo que la primera, pero que conservaba intacta su emoción. A mi lado, Sueños de un joven escritor reposaba como un compañero silencioso en esta mañana significativa. Sin embargo, mi mente revoloteaba aún más intensamente en torno a la inminente llegada de mi novela negra, El enigma de la ciudad imperial. ¡Solo dos días! La idea me llenaba de una mezcla vibrante de nerviosismo y entusiasmo.

De repente, una figura alta y de mirada aguda se detuvo cerca de mi mesa, acompañada por dos personas que me resultaban muy familiares. Era Javier Sierra, a quien ya conocía de otros eventos literarios, conversando animadamente con María Dueñas —cuya calidez y elegancia eran inconfundibles— y Lorenzo Silva, con quien había compartido gratas tertulias y risas en dos ediciones del festival Manchanegra en Ciudad Real.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro al verlos. Me levanté con naturalidad y me acerqué.

—¡Javier, qué alegría verte! María, Lorenzo, qué sorpresa encontrarnos aquí.

Javier me estrechó la mano con su entusiasmo habitual.
—¡Hombre, Gonzalo! ¿Todo listo para la firma de hoy?

María me saludó con su característica dulzura.
—¡Qué bien coincidir! ¿Cómo va todo con Sueños?

Lorenzo me dio una palmada en el hombro con camaradería.
—¡Cuánto tiempo, Gonzalo! Me acuerdo de nuestras charlas en Manchanegra. ¿Sigues desgranando sueños en papel... o urdiendo tramas oscuras?

Sonreí ante su comentario.
—Ambas cosas, Lorenzo. Precisamente, en dos días sale mi primera novela negra, El enigma de la ciudad imperial.

Javier mostró interés.
—¡Enhorabuena, Gonzalo! ¡Otro género! Cuéntanos un poco.

María asintió con curiosidad.
—Me encantan las novelas de misterio.

Lorenzo, con su experiencia en el género, preguntó con entusiasmo:
—¿De qué va? ¿Ambientada en algún rincón de nuestra imperial ciudad?

Compartí con ellos la ilusión de esta segunda firma y la inminente publicación de El enigma de la ciudad imperial, esbozando brevemente la trama y su ambientación toledana. Ellos, a su vez, me contaron sus propios planes para la Feria, el ajetreo de las entrevistas y la emoción de reencontrarse con los lectores.

En un momento de pausa en la conversación, Javier comentó:
—Me acuerdo cuando firmaste tu primer libro. ¡Y ahora, con una novela negra a punto de salir! Enhorabuena por esa versatilidad.

María añadió con una sonrisa alentadora:
—Es maravilloso ver cómo las nuevas voces exploran diferentes caminos.

Lorenzo asintió, evocando nuestras charlas en Ciudad Real:
—Siempre supe que tenías historias que contar, Gonzalo. Me alegra mucho lo de tu novela negra. ¡Estaré atento!

Intercambiamos algunas reflexiones sobre el panorama literario actual, los desafíos de la escritura y la magia que se desata en días como este. La conversación fluyó con la naturalidad de quienes comparten una misma pasión.

Antes de que se despidieran rumbo al bullicio de la Feria, Javier me dijo:
—Mucha suerte con tu firma hoy, Gonzalo. ¡Y mucho éxito con El enigma de la ciudad imperial!

María me regaló una sonrisa cálida:
—Espero que tengas un día maravilloso y que tu novela negra encuentre muchos lectores.

Y Lorenzo añadió, con su habitual tono cercano:
—Nos vemos en la carretera de las letras, Gonzalo. ¡Y ya sabes, si necesitas algún consejo oscuro, no dudes en preguntar!

Volví a mi mesa, sintiendo la calidez de ese reencuentro inesperado en el Café Gijón. La mañana, ya de por sí especial por ser el Día del Libro y mi segunda firma, se había enriquecido con la complicidad de colegas a los que admiro y aprecio, y con la emoción creciente por la inminente llegada de El enigma de la ciudad imperial.

El emblemático café madrileño seguía siendo un punto de encuentro mágico, donde las historias se cruzan y los sueños literarios —sean dulces o llenos de misterio— cobran fuerza. Ahora, con renovada energía, estaba listo para compartir mis propios Sueños... y los futuros enigmas que ya esperaban entre las páginas.









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