El Hidalgo



Se podían sentir las gotas de la ligera lluvia que cubría la ciudad. Las calles, húmedas y solas, daban una idea de tristeza y depresión. Sin embargo, los edificios que se alzaban a un lado encerraban a un joven hidalgo que se paseaba, con su sombrero, su espada , su  daga y su pistola.
Caminaba sobre calles y callejones hasta llegar a la plaza de San Pedro, donde se alzaba majestuosa la basílica.
Pasaron diez minutos hasta que llegó un segundo hombre atravesando la plaza. Vestía una armadura francesa con  una cruz roja en el pecho. Detrás lo seguían otros dos hombres vestidos igual, a excepción de la capa blanca que llevaba el encabezado del trío de cruzados.
El hidalgo permanecía de pie cerca del edificio donde el cruzado estaba.
—Asesino…—dijo el cruzado de la capa una vez se acercó.
—Gracias por haber venido, esto es importante—contestó el hidalgo mientras se quitaba el sombrero, dejando al descubierto su cara tersa  y llena de la barba negra como la oscuridad , tapizando toda la plaza.
—Importante para mí… ¿Y el dinero de la deuda?
—Paciencia mi estimado…colega…
A pesar de la furia que el cruzado guardaba, el joven se mantenía tranquilo y sereno.
—Un momento… Tú… Tú eres Diego ¿no? Diego Quijano  …
El joven Diego  sólo sonrió ante esas palabras.
—Bien—continuó el cruzado—, ¿dónde está lo que me debes?
—Ahora te lo entrego…
Y acto seguido, Diego sacó una daga de su túnica y apuñaló al hombre que iba detrás, para después desarmar y degollar al otro. El cruzado quedó atónito del giro que había tomado la negociación que esperaba.
Mientras Diego empuñaba la daga, el cruzado desenvainó la espada. Desarmó a Diego fácilmente. Luego, apuntándole con la punta de su espada, dijo:
—Dame el dinero y saldrás con vida.
—Dame la carta y tú saldrás con vida, de lo contrario no sólo tendré que arrebatarte eso…—respondió con la misma tranquilidad.
En ese momento, Diego le clavó la daga en el cuello.
Apoyado sobre el suelo, el cruzado dijo sus últimas palabras:
—Mi Orden—comenzó a decir con dolor y sufrimiento en las palabras—, irónicamente, busca el orden…
—Sí, pero sus métodos son los que atraen la hoja de un Asesino—le contestó Diego.
—Y tú… Matas para conseguir paz… No eres m-mejor que yo.
—…
—Da igual. La lucha que tú buscas terminar, y que tus antepasados, y la que tu Orden busca terminar siempre se dará en el mundo… Nuestros grupos peleando hasta el fin de los tiempos y el Armagedón…
El último suspiro del hombre salió con esas palabras. Quedando ahí con los ojos fijos sobre la cara de Diego.
Éste le cerró los ojos con sus dedos.
—Parte de este mundo en paz.
Entonces Diego, se levantó, se colocó su sombrero y comenzó  a caminar por aquella plaza.



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