miércoles, 23 de abril de 2025

Un reencuentro literario


 El bullicio elegante del Café Gijón me envolvía como un abrazo familiar en este especial Día del Libro. El tintineo de las tazas y el murmullo de las conversaciones componían una melodía conocida: la banda sonora de tantos encuentros en este templo de la cultura madrileña.

Allí estaba, saboreando un café con leche y la agradable anticipación de la jornada de firmas en la Feria del Libro. Era mi segunda vez, una experiencia que ya no me provocaba el mismo vértigo que la primera, pero que conservaba intacta su emoción. A mi lado, Sueños de un joven escritor reposaba como un compañero silencioso en esta mañana significativa. Sin embargo, mi mente revoloteaba aún más intensamente en torno a la inminente llegada de mi novela negra, El enigma de la ciudad imperial. ¡Solo dos días! La idea me llenaba de una mezcla vibrante de nerviosismo y entusiasmo.

De repente, una figura alta y de mirada aguda se detuvo cerca de mi mesa, acompañada por dos personas que me resultaban muy familiares. Era Javier Sierra, a quien ya conocía de otros eventos literarios, conversando animadamente con María Dueñas —cuya calidez y elegancia eran inconfundibles— y Lorenzo Silva, con quien había compartido gratas tertulias y risas en dos ediciones del festival Manchanegra en Ciudad Real.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro al verlos. Me levanté con naturalidad y me acerqué.

—¡Javier, qué alegría verte! María, Lorenzo, qué sorpresa encontrarnos aquí.

Javier me estrechó la mano con su entusiasmo habitual.
—¡Hombre, Gonzalo! ¿Todo listo para la firma de hoy?

María me saludó con su característica dulzura.
—¡Qué bien coincidir! ¿Cómo va todo con Sueños?

Lorenzo me dio una palmada en el hombro con camaradería.
—¡Cuánto tiempo, Gonzalo! Me acuerdo de nuestras charlas en Manchanegra. ¿Sigues desgranando sueños en papel... o urdiendo tramas oscuras?

Sonreí ante su comentario.
—Ambas cosas, Lorenzo. Precisamente, en dos días sale mi primera novela negra, El enigma de la ciudad imperial.

Javier mostró interés.
—¡Enhorabuena, Gonzalo! ¡Otro género! Cuéntanos un poco.

María asintió con curiosidad.
—Me encantan las novelas de misterio.

Lorenzo, con su experiencia en el género, preguntó con entusiasmo:
—¿De qué va? ¿Ambientada en algún rincón de nuestra imperial ciudad?

Compartí con ellos la ilusión de esta segunda firma y la inminente publicación de El enigma de la ciudad imperial, esbozando brevemente la trama y su ambientación toledana. Ellos, a su vez, me contaron sus propios planes para la Feria, el ajetreo de las entrevistas y la emoción de reencontrarse con los lectores.

En un momento de pausa en la conversación, Javier comentó:
—Me acuerdo cuando firmaste tu primer libro. ¡Y ahora, con una novela negra a punto de salir! Enhorabuena por esa versatilidad.

María añadió con una sonrisa alentadora:
—Es maravilloso ver cómo las nuevas voces exploran diferentes caminos.

Lorenzo asintió, evocando nuestras charlas en Ciudad Real:
—Siempre supe que tenías historias que contar, Gonzalo. Me alegra mucho lo de tu novela negra. ¡Estaré atento!

Intercambiamos algunas reflexiones sobre el panorama literario actual, los desafíos de la escritura y la magia que se desata en días como este. La conversación fluyó con la naturalidad de quienes comparten una misma pasión.

Antes de que se despidieran rumbo al bullicio de la Feria, Javier me dijo:
—Mucha suerte con tu firma hoy, Gonzalo. ¡Y mucho éxito con El enigma de la ciudad imperial!

María me regaló una sonrisa cálida:
—Espero que tengas un día maravilloso y que tu novela negra encuentre muchos lectores.

Y Lorenzo añadió, con su habitual tono cercano:
—Nos vemos en la carretera de las letras, Gonzalo. ¡Y ya sabes, si necesitas algún consejo oscuro, no dudes en preguntar!

Volví a mi mesa, sintiendo la calidez de ese reencuentro inesperado en el Café Gijón. La mañana, ya de por sí especial por ser el Día del Libro y mi segunda firma, se había enriquecido con la complicidad de colegas a los que admiro y aprecio, y con la emoción creciente por la inminente llegada de El enigma de la ciudad imperial.

El emblemático café madrileño seguía siendo un punto de encuentro mágico, donde las historias se cruzan y los sueños literarios —sean dulces o llenos de misterio— cobran fuerza. Ahora, con renovada energía, estaba listo para compartir mis propios Sueños... y los futuros enigmas que ya esperaban entre las páginas.









domingo, 9 de febrero de 2025

El sello del olvido

Las calles de Madrid escondían más de lo que los ojos podían ver.

 

Diana, una escritora de novela negra y amante de la historia, recibió la carta aquella fría mañana en su pequeño piso de Malasaña.


Había planeado un día tranquilo recorriendo rincones literarios de Madrid, pero aquellas líneas escritas con caligrafía antigua despertaron su curiosidad.

 

"Si deseas conocer la historia jamás contada de la Inquisición, sigue las palabras de Cervantes y encuentra el sello del Siglo de Oro. Nos vemos al anochecer en la Mazmorra Secreta."

 

Se detuvo un momento. ¿Quién le enviaba aquello? ¿Era un juego? ¿O realmente alguien quería revelarle un secreto olvidado de la ciudad?

 

Diana decidió seguir su ruta como estaba planeado, pero con la carta bien guardada en su bolso y la mente inquieta por el misterio.

 


Su primera parada fue el Espacio Cultural Serrería Belga, un lugar donde la historia y la literatura se entrelazaban. Mientras recorría la exposición, algo llamó su atención: una vitrina de cristal contenía una llave antigua, con un sello grabado que representaba un sol rodeado de espadas.




Su intuición se activó de inmediato. ¿Sería esto lo que mencionaba la carta?

 

—Si la puerta se abre, el pasado hablará —susurró de repente una anciana que se encontraba a su lado.


Su mirada estaba fija en la llave.

 

Diana sintió un escalofrío. Agradeció a la mujer y salió del lugar, con una sensación de expectación creciendo en su interior.

 


Siguió su ruta hasta Mansilla Libros y Café, en la Calle Embajadores. Aquel pequeño rincón era su refugio habitual, el lugar perfecto para perderse entre libros y tomar un café mientras las ideas fluían.




Pero esta vez su mente no estaba en la escritura, sino en el enigma que se desarrollaba a su alrededor. Allí, hojeando un viejo volumen de historia madrileña, encontró un grabado de la misma llave que había visto en la vitrina.


El pie de ilustración decía: "Sello de los guardianes del conocimiento prohibido. Madrid,siglo XVIII".

 

Diana sintió que las piezas comenzaban a encajar. Decidió no perder más tiempo y, con la carta y la imagen en su teléfono, se dirigió a su último destino: la Mazmorra Secreta de la Inquisición, en la Calle Cabeza 14.

 


 

La noche ya había caído cuando llegó. La puerta de madera envejecida parecía sacada de otra época. Tocó con cautela y, tras unos segundos, esta se abrió con un crujido.


Un hombre de barba gris la esperaba en el umbral.

 

—Llegas justo a tiempo. La historia que buscas debe ser contada antes de que la olviden para siempre.

 



 

Diana cruzó la puerta y descendió a las frías celdas subterráneas.Allí, en la penumbra, notó un mapa antiguo clavado en la pared.



Al examinarlo, vio que marcaba un punto específico en la sala.



Con el corazón latiendo con fuerza, se acercó y pasó la mano por las piedras húmedas hasta encontrar un relieve tallado: el mismo sol rodeado de espadas. Con un leve empuje, la piedra cedió y se abrió un compartimento oculto.



Dentro, apilados con cuidado, había libros prohibidos, documentos sellados y artefactos que revelaban secretos ocultos de la historia madrileña. Diana tomó uno de los manuscritos y leyó en voz baja:


"Hay historias que nunca quisieron que fueran contadas."


El enigma que había comenzado con una simple carta la había llevado a descubrir un tesoro de conocimiento oculto, un puente entre el pasado y el presente que cambiaría su vida… 

 

Diana pasó los dedos con cautela por sus páginas sintiendo su textura rugosa y el peso del tiempo revelando letras desgastadas por los siglos, escritas en una caligrafía elegante pero apresurada.

Su corazón latía con fuerza al leer las siguientes líneas:

 


"Madrid, año de nuestro Señor 1782. Este conocimiento debe ser resguardado, pues aquellos que osan revelarlo enfrentan la sombra de la hoguera. Aquí yace la verdad sobre la Hermandad del conocimiento , guardianes de la historia jamás contada."


Diana alzó la vista y encontró al mismo hombre observándola con atención.

 

—La Hermandad del conocimiento..—murmuró ella.

 

El hombre asintió lentamente y señaló los libros apilados a su alrededor.

 

—Durante siglos, Madrid ha sido más que una ciudad de reyes y poetas. Es un laberinto de secretos, y esta hermandad se encargó de proteger aquellos que no podían caer en manos equivocadas.

 

Diana tragó saliva. Sentía que el aire a su alrededor se cargaba de historia viva.

Sus ojos recorrieron los documentos sellados con lacre rojo y los artefactos dispuestos en estantes polvorientos: pergaminos con anotaciones cifradas, relojes de sol con inscripciones extrañas y un medallón de oro con el mismo sello que había visto en la llave de la Serrería Belga.

 

—¿Por qué me han traído aquí? —preguntó en voz baja.

 

 

El hombre sonrió, pero su expresión no era del todo serena.

 

 

—Porque el pasado ha esperado demasiado tiempo para ser descubierto. Y porque tú tienes la pluma para escribirlo.


 

Diana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aquel manuscrito contenía una historia prohibida, una que alguien en las sombras había tratado de borrar. ¿Estaba preparada para sacarla a la luz?

 

Apenas tuvo tiempo de responderse cuando un ruido metálico retumbó en la mazmorra. Unas pisadas resonaron en las escaleras.

 

Alguien más sabía que estaban allí. Y no parecía traer buenas intenciones.

 

Diana sintió cómo su cuerpo se tensaba. Instintivamente, cerró el manuscrito y lo apretó contra su pecho mientras dirigía la mirada al hombre de barba gris. Su expresión había cambiado: sus ojos se habían oscurecido y sus músculos se habían puesto en guardia.

 

Las pisadas se detuvieron al pie de las escaleras. Durante unos segundos, el silencio se hizo insoportable.


 Entonces, la puerta se abrió de golpe con un chirrido. 

Un hombre vestido con un abrigo oscuro apareció en el umbral. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la sombra de su capucha, pero Diana pudo ver el brillo gélido de su mirada.

 

—Has encontrado lo que no debías —dijo con voz grave.

 

El hombre de barba gris se interpuso entre Diana y el recién llegado.

 

—Llegas tarde —respondió con calma —. La historia ya ha sido leída.

 

 

Pero Diana percibió la tensión en su tono

El intruso avanzó lentamente. Sus botas resonaron contra el suelo de piedra.

 

—Esa historia no debe salir de aquí. Sabes lo que está en juego.


Diana sintió cómo su corazón latía con fuerza. Todo su instinto le decía que debía salir de allí cuanto antes.

 

—Corre —susurró el hombre sin mirarla—. Llévate el manuscrito. No dejes que lo recuperen.

 

Diana dudó solo un segundo, pero la urgencia en su voz la impulsó a moverse. Se giró y corrió hacia el pasadizo por el que había entrado, sintiendo el peso del manuscrito en su bolso.

 

 


 

Detrás de ella, escuchó un forcejeo, un golpe seco y un gruñidoahogado.No se detuvo.


Subió los escalones de piedra a toda prisa y emergió en la calle Cabeza.

 

 El aire frío de la noche la golpeó con fuerza, pero no se permitió descansar. Se mezcló con la gente, caminando rápido entre las sombras, sin atreverse a mirar atrás.


Sabía que la estaban siguiendo.

 

El manuscrito ardía contra su pecho, como si las palabras escritas en él latieran con vida propia.

 

Ahora entendía lo que estaba en juego.

 

 

Había descubierto la verdad.

Y había quienes estaban dispuestos a matar para enterrarla de nuevo.

viernes, 13 de septiembre de 2024

El Último Escrito


Un hombre yacía muerto en el asfalto de una Gran Vía madrileña casi llena. En sus bolsillos hallaron una pluma y un cuaderno en el que solo había escrito: Esta ha sido mi vida.
Cuando el forense examinó las páginas del cuaderno, supo que no se hallaba ante un cadáver cualquiera...

El forense, intrigado por la simplicidad del mensaje y la aparente ausencia de más detalles en el cuaderno, decidió llevarse el pequeño libro a su despacho. Era una pieza común, de tapas negras gastadas, pero algo en la forma en que el hombre lo había guardado, con la pluma cuidadosamente colocada entre las páginas, le sugirió que contenía más de lo que mostraba a simple vista.

Sin tiempo que perder, contactó con el grupo de Homicidios y su experto en criptografía. Sabía que lo que había encontrado era importante, pero aún no podía imaginar hasta qué punto.

Los agentes revisaron el cuerpo en busca de alguna pista más, pero todo lo que encontraron fue un pequeño recorte de periódico que hablaba de un hombre desaparecido hace meses en circunstancias extrañas.

De vuelta en la morgue, bajo la luz tenue de su escritorio, el forense comenzó a revisar cada página del cuaderno con más detenimiento. Aunque muchas estaban en blanco, en algunas se podían distinguir marcas casi imperceptibles, como si hubiesen sido escritas con una tinta invisible o con una presión tan ligera que apenas dejaba huella en el papel.

Decidió someter el cuaderno a un análisis más profundo. Con una lámpara ultravioleta, reveló palabras y símbolos ocultos. Las frases eran fragmentarias, pero llenas de simbolismo extraño. Poco a poco, un patrón empezó a emerger. Las frases eran breves, fragmentadas, pero llenas de un extraño simbolismo.


La verdad está escrita en las sombras, pero el precio de verla es demasiado alto, , decía una, Ella nunca volvió, Las sombras conocen mi nombre, se leían en las siguientes. Más adelante, se repetía un número: 1997. 
<<No es un año, es un código>> —pensó el forense.

Al llegar a la última página, encontró lo que parecía ser una especie de coordenada geográfica, seguida de un nombre: Patricia. Aquello no era un simple cuaderno; era una crónica secreta, una serie de pistas codificadas que quizás llevaban a descubrir la verdadera identidad y los últimos pasos de aquel hombre.


Mientras tanto, en algún lugar de Madrid, alguien más estaba siguiendo las mismas pistas, pero con intenciones muy diferentes.

*-------*

El forense decidió no perder tiempo y contactó a la policía. Las coordenadas apuntaban a un lugar en las afueras de Madrid, cerca de un viejo almacén abandonado. Al compartir la información con el grupo de Homicidios, uno de los agentes le informó que esa ubicación había sido investigada hace meses en relación con la desaparición de un periodista de sucesos, un hombre que había estado indagando en el caso de su hermana desaparecida, Patricia Morales.

El forense, con una nueva perspectiva, repasó los detalles del cuaderno. Ahora todo tenía más sentido: el hombre muerto no era solo una víctima más. Era un periodista llamado Javier Morales, que durante años había estado investigando la desaparición de Patricia, su hermana, quien había desaparecido sin dejar rastro en 1997. Su obsesión con el caso lo había llevado a profundizar en una red de secretos oscuros que, al parecer, terminaba en ese almacén abandonado.
El grupo de Homicidios montó una operación para registrar el almacén. Mientras tanto, el forense no podía dejar de pensar en el número 1997, que ahora no solo se refería al año en que Patricia desapareció, sino también a un código relacionado con la investigación de Javier. 
Revisando el cuaderno con más detenimiento, descubrieron que Javier había estado cerca de descubrir algo importante. Entre las páginas aparecían nombres, fechas, y conexiones con una red de personas poderosas que operaban desde las sombras.

Cuando llegaron al almacén, encontraron un edificio en ruinas que había sido inspeccionado meses atrás, pero que en su momento no reveló nada significativo. Sin embargo, esta vez, siguiendo las coordenadas y las nuevas pistas del cuaderno, encontraron una habitación oculta en el sótano.
Al abrirla, descubrieron una caja fuerte. Dentro, había documentos y fotos que revelaban la magnitud del caso: una red de tráfico de personas que había estado operando en Europa durante años, y entre las víctimas estaba Patricia.
Entre los documentos, encontraron cartas que Javier había escrito, dirigidas a su hermana. Las cartas revelaban su profunda angustia por no haber podido protegerla y su lucha desesperada por hacer justicia. Había seguido las pistas durante años, descubriendo poco a poco los nombres de los responsables, pero cuanto más se acercaba a la verdad, más peligrosas se volvían las cosas para él.
El forense también encontró un sobre marcado con la palabra Confesión. Al abrirlo, leyó la última entrada escrita por Javier antes de su muerte:
He encontrado a los culpables. Mi hermana no fue solo una víctima más. La verdad es mucho más aterradora de lo que jamás imaginé. Patricia no desapareció; fue captada por  La Llama Eterna,una secta  que la atrapó mientras investigaba abusos en la periferia de Madrid. Esta secta opera desde las sombras, utilizando a sus víctimas para rituales oscuros..
Patricia intentó salir y exponerlos, pero la atraparon antes de que pudiera hacerlo.
Sé que me están siguiendo, igual que hicieron con ella. Los vi ayer, en la calle, y sé que no tardarán en llegar a mí. 
Pero antes de que lo hagan, dejo esta confesión. Aquí están los nombres de los líderes de la secta, la ubicación de su templo y las personas que la financian desde las sombras. Ellos no son solo un grupo marginal; tienen poder, contactos en las altas esferas. Esta es la verdad. Si lees esto, por favor, asegúrate de que salga a la luz. No puedo morir sin justicia para Patricia.

El forense sintió un escalofrío mientras leía. Javier no solo había descubierto la conexión de su hermana con la secta, sino que había expuesto una red de influencia que llegaba a las élites, gente que usaba la fachada de una secta para sus propios fines oscuros.

Al compartir el contenido del cuaderno con la policía, se preparó un operativo inmediato para investigar la ubicación mencionada: un antiguo monasterio en las montañas al norte de Madrid, que había sido abandonado hacía años, pero al parecer ahora servía como refugio para esta secta.

Cuando las fuerzas policiales irrumpieron en el monasterio, lo que encontraron fue aún más perturbador de lo que imaginaban. En su interior, había indicios de rituales macabros, símbolos grabados en las paredes y una serie de habitaciones selladas con gruesas puertas de metal. En una de esas habitaciones, encontraron los diarios de Patricia, donde relataba su desesperada lucha por escapar de la secta y exponerlos antes de que fuera demasiado tarde.

Pero el descubrimiento más impactante estaba por llegar.

En una cámara subterránea, la policía encontró un cuerpo en avanzado estado de descomposición. La identificación fue inmediata: era Patricia Morales. El forense que había seguido el caso desde el principio se quedó paralizado ante la escena. Patricia había muerto años atrás, encerrada por la misma secta a la que había intentado escapar, probablemente utilizada en uno de sus retorcidos rituales.

Sin embargo, en su mano aún apretada había un pequeño trozo de papel arrugado, como si hubiera sido escrito en sus últimos momentos de vida. Al desplegarlo, encontraron una última frase escrita con su letra temblorosa:

"No soy la última."

El impacto de esas palabras sacudió a todos. La secta no había terminado; seguían operando, captando a más víctimas. Y el hecho de que Patricia no fuera la última sugería que había más personas atrapadas en ese ciclo mortal, con la misma maquinaria oculta moviendo los hilos.

Aunque habían encontrado a Patricia, el  líder de la secta y los responsables detrás de ella seguían libres, protegidos por su poder y sus influencias. El forense, que ya había sido vigilado, sabía que ahora estaba en el punto de mira de aquellos que no querían que la verdad saliera a la luz.

El final dejaba una sensación de inquietud. Aunque se había descubierto la verdad sobre Patricia, el mal seguía acechando en las sombras, y la promesa de que más víctimas caerían marcaba un futuro oscuro e incierto.