domingo, 9 de febrero de 2025

El sello del olvido

Las calles de Madrid escondían más de lo que los ojos podían ver.

 

Diana, una escritora de novela negra y amante de la historia, recibió la carta aquella fría mañana en su pequeño piso de Malasaña.


Había planeado un día tranquilo recorriendo rincones literarios de Madrid, pero aquellas líneas escritas con caligrafía antigua despertaron su curiosidad.

 

"Si deseas conocer la historia jamás contada de la Inquisición, sigue las palabras de Cervantes y encuentra el sello del Siglo de Oro. Nos vemos al anochecer en la Mazmorra Secreta."

 

Se detuvo un momento. ¿Quién le enviaba aquello? ¿Era un juego? ¿O realmente alguien quería revelarle un secreto olvidado de la ciudad?

 

Diana decidió seguir su ruta como estaba planeado, pero con la carta bien guardada en su bolso y la mente inquieta por el misterio.

 


Su primera parada fue el Espacio Cultural Serrería Belga, un lugar donde la historia y la literatura se entrelazaban. Mientras recorría la exposición, algo llamó su atención: una vitrina de cristal contenía una llave antigua, con un sello grabado que representaba un sol rodeado de espadas.




Su intuición se activó de inmediato. ¿Sería esto lo que mencionaba la carta?

 

—Si la puerta se abre, el pasado hablará —susurró de repente una anciana que se encontraba a su lado.


Su mirada estaba fija en la llave.

 

Diana sintió un escalofrío. Agradeció a la mujer y salió del lugar, con una sensación de expectación creciendo en su interior.

 


Siguió su ruta hasta Mansilla Libros y Café, en la Calle Embajadores. Aquel pequeño rincón era su refugio habitual, el lugar perfecto para perderse entre libros y tomar un café mientras las ideas fluían.




Pero esta vez su mente no estaba en la escritura, sino en el enigma que se desarrollaba a su alrededor. Allí, hojeando un viejo volumen de historia madrileña, encontró un grabado de la misma llave que había visto en la vitrina.


El pie de ilustración decía: "Sello de los guardianes del conocimiento prohibido. Madrid,siglo XVIII".

 

Diana sintió que las piezas comenzaban a encajar. Decidió no perder más tiempo y, con la carta y la imagen en su teléfono, se dirigió a su último destino: la Mazmorra Secreta de la Inquisición, en la Calle Cabeza 14.

 


 

La noche ya había caído cuando llegó. La puerta de madera envejecida parecía sacada de otra época. Tocó con cautela y, tras unos segundos, esta se abrió con un crujido.


Un hombre de barba gris la esperaba en el umbral.

 

—Llegas justo a tiempo. La historia que buscas debe ser contada antes de que la olviden para siempre.

 



 

Diana cruzó la puerta y descendió a las frías celdas subterráneas.Allí, en la penumbra, notó un mapa antiguo clavado en la pared.



Al examinarlo, vio que marcaba un punto específico en la sala.



Con el corazón latiendo con fuerza, se acercó y pasó la mano por las piedras húmedas hasta encontrar un relieve tallado: el mismo sol rodeado de espadas. Con un leve empuje, la piedra cedió y se abrió un compartimento oculto.



Dentro, apilados con cuidado, había libros prohibidos, documentos sellados y artefactos que revelaban secretos ocultos de la historia madrileña. Diana tomó uno de los manuscritos y leyó en voz baja:


"Hay historias que nunca quisieron que fueran contadas."


El enigma que había comenzado con una simple carta la había llevado a descubrir un tesoro de conocimiento oculto, un puente entre el pasado y el presente que cambiaría su vida… 

 

Diana pasó los dedos con cautela por sus páginas sintiendo su textura rugosa y el peso del tiempo revelando letras desgastadas por los siglos, escritas en una caligrafía elegante pero apresurada.

Su corazón latía con fuerza al leer las siguientes líneas:

 


"Madrid, año de nuestro Señor 1782. Este conocimiento debe ser resguardado, pues aquellos que osan revelarlo enfrentan la sombra de la hoguera. Aquí yace la verdad sobre la Hermandad del conocimiento , guardianes de la historia jamás contada."


Diana alzó la vista y encontró al mismo hombre observándola con atención.

 

—La Hermandad del conocimiento..—murmuró ella.

 

El hombre asintió lentamente y señaló los libros apilados a su alrededor.

 

—Durante siglos, Madrid ha sido más que una ciudad de reyes y poetas. Es un laberinto de secretos, y esta hermandad se encargó de proteger aquellos que no podían caer en manos equivocadas.

 

Diana tragó saliva. Sentía que el aire a su alrededor se cargaba de historia viva.

Sus ojos recorrieron los documentos sellados con lacre rojo y los artefactos dispuestos en estantes polvorientos: pergaminos con anotaciones cifradas, relojes de sol con inscripciones extrañas y un medallón de oro con el mismo sello que había visto en la llave de la Serrería Belga.

 

—¿Por qué me han traído aquí? —preguntó en voz baja.

 

 

El hombre sonrió, pero su expresión no era del todo serena.

 

 

—Porque el pasado ha esperado demasiado tiempo para ser descubierto. Y porque tú tienes la pluma para escribirlo.


 

Diana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aquel manuscrito contenía una historia prohibida, una que alguien en las sombras había tratado de borrar. ¿Estaba preparada para sacarla a la luz?

 

Apenas tuvo tiempo de responderse cuando un ruido metálico retumbó en la mazmorra. Unas pisadas resonaron en las escaleras.

 

Alguien más sabía que estaban allí. Y no parecía traer buenas intenciones.

 

Diana sintió cómo su cuerpo se tensaba. Instintivamente, cerró el manuscrito y lo apretó contra su pecho mientras dirigía la mirada al hombre de barba gris. Su expresión había cambiado: sus ojos se habían oscurecido y sus músculos se habían puesto en guardia.

 

Las pisadas se detuvieron al pie de las escaleras. Durante unos segundos, el silencio se hizo insoportable.


 Entonces, la puerta se abrió de golpe con un chirrido. 

Un hombre vestido con un abrigo oscuro apareció en el umbral. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la sombra de su capucha, pero Diana pudo ver el brillo gélido de su mirada.

 

—Has encontrado lo que no debías —dijo con voz grave.

 

El hombre de barba gris se interpuso entre Diana y el recién llegado.

 

—Llegas tarde —respondió con calma —. La historia ya ha sido leída.

 

 

Pero Diana percibió la tensión en su tono

El intruso avanzó lentamente. Sus botas resonaron contra el suelo de piedra.

 

—Esa historia no debe salir de aquí. Sabes lo que está en juego.


Diana sintió cómo su corazón latía con fuerza. Todo su instinto le decía que debía salir de allí cuanto antes.

 

—Corre —susurró el hombre sin mirarla—. Llévate el manuscrito. No dejes que lo recuperen.

 

Diana dudó solo un segundo, pero la urgencia en su voz la impulsó a moverse. Se giró y corrió hacia el pasadizo por el que había entrado, sintiendo el peso del manuscrito en su bolso.

 

 


 

Detrás de ella, escuchó un forcejeo, un golpe seco y un gruñidoahogado.No se detuvo.


Subió los escalones de piedra a toda prisa y emergió en la calle Cabeza.

 

 El aire frío de la noche la golpeó con fuerza, pero no se permitió descansar. Se mezcló con la gente, caminando rápido entre las sombras, sin atreverse a mirar atrás.


Sabía que la estaban siguiendo.

 

El manuscrito ardía contra su pecho, como si las palabras escritas en él latieran con vida propia.

 

Ahora entendía lo que estaba en juego.

 

 

Había descubierto la verdad.

Y había quienes estaban dispuestos a matar para enterrarla de nuevo.

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