El Reino
Era demasiado
tarde. Eso fue lo primero que pensó Merlín al momento de dirigir su mirada
hacia las ventanas del búnker. Había alguien al otro lado, y no se trataba
exactamente de algún aliado. —Están aquí —susurró el chico.
Detrás de él
se levantó un muro de cristal de color negro, que bien, reflejaba al muchacho,
y al mismo tiempo, dejaba ver a la persona que estaba detrás. Una chica de
cabello rubio, largo hasta la altura de los hombros, y apretando algo con su
puño derecho al mismo tiempo que dirigía sus ojos hacia el otro lado del
cristal. No sería sencillo salir de ahí.
—Luna, no creo que...-dijo Merlín
—Deja que entren, Merlín —dijo la chica. Aquél
cristal negro permitía que ambos pudiesen comunicarse. Sin embargo, tanto Merlín
como Luna sabían que nadie podría traspasarlo. La chica estaba segura.
—¿Quieres aprovechar al protector de la
Protectora? — Merlín esbozó una sonrisa a través de su cabello moreno y corto
—. Bueno, de
todos modos no tengo planes para los próximos días.
—Te gusta exagerar,
¿verdad? Porque... —Luna no pudo terminar de decir las palabras que poco a poco
se iban formulando en su mente. Algo traspaso la ventana de un golpe, y de un
segundo a otro, la atmósfera del búnker cambió por completo.
La misma
lanza que quebró los tablones de madera que cubrían cada entrada del complejo
atravesó el pecho de Merlín, lanzándolo hacia atrás. Su cuerpo colapsó con el
muro de cristal negro y la punta de la lanza lo traspasó, creando grietas en su
superficie. Luna se impulsó hacia atrás, intentando evitar que el arma hiciera
contacto con ella. Sin embargo, no lo logró. Su hombro fue traspasado al
momento.
No. Aquello
era imposible. El muro de cristal...
—¡Encuéntrenla!
Aquella voz. Conocía aquella voz. ¿Cómo no pudo averiguarlo antes? Merlín se lo dijo tantas veces y aún así dudó
de él. Las ventanas del búnker, al otro lado del muro de cristal negro,
estallaron y varios hombres vestidos de negro entraron en su interior. Todos
ellos traían máscaras en forma de calavera que tapaban sus rostros para ocultar
sus identidades. Sin duda alguna, pensó Luna, formaban parte de alguna sociedad
importante y de alto rango dentro del Reino.
Tenía poco
tiempo. Luna cerró los ojos y apretó la Gema en su mano derecha para encontrar
a un posible sucesor antes de que fuera asesinada. Si encontraba al siguiente
Protector, quizás el Reino tendría una posibilidad de salvarse. Todavía había
tiempo. Había esperanza. Con cierta rapidez, la mente de Luna trascendió del
Reino y hasta llegar a su ciudad de origen. Una ciudad llamada Terminus. ¿Quién
sería el elegido? ¿Quién continuaría con el trabajo que Luna no pudo cumplir?
Proteger, entre todos los mundos, el Reino. El más importante de todos.
—El muro está débil, señor —se escuchó una
voz—. La chica está del otro lado.
—Tírenlo. Luna necesitaba concentrarse, y aún
cuando un mazo gigante partió parte de la grieta del muro de cristal, la chica
no abrió los ojos. En cuanto encontrara al siguiente Protector del Reino,
materializaría la Gema para que encontrara a su siguiente dueño. Así mantendría
el Reino a salvo. Así evitaría que aquellos hombres ganaran el asedio.
—¡Otro más! El muro de cristal cayó al tercer
golpe. Miles de cristales de color negro volaron por los aires, y con ello, el
cuerpo de Merlín, junto con la lanza, cayeron al suelo. Eso obligó a Luna a
tirarse también. —Ahí está. Lo había logrado. Una chica de cabello castaño, que en esos instantes se encontraba
en una habitación un poco grande, sentada en una mesa, desayunando. Sí. Ella
sería la siguiente Protectora del Reino. Cumpliría con lo que Luna no pudo
lograr. Luna apretó el puño con fuerza y, de un instante a otro, la Gema
desapareció. Dejó de sentirla en su poder. Estaba a salvo. El Reino tenía
esperanza. Justo después de eso, una figura bastante robusta arrancó la lanza
del hombro de Luna, provocando que la chica chillara, y la tomó de ambos
hombros para alzarla a su altura.
—¿Dónde está
la Gema? —preguntó el hombre.
—Lejos, muy lejos de aquí —sonrió Luna,
sangrando por el labio—. Y créeme. No tardé mucho en dar con la nueva
Protectora.
—El Reino caerá —dijo el hombre —. No importa
qué clase de persona tenga el puesto. El complejo estaba casi destruido, y en
el instante en el que Luna salió de él, casi siendo arrastrada por su
adversario, se quedó callada. Miró directamente hacia el interior, observando
el cuerpo de Merlín , inerte, con la
mirada congelada y dirigida hacia la ventana. Habían fallado. Pero no del todo.
Casi inmediatamente, cerró los ojos y al instante , se dispuso a explorar el
destino de la Gema. La nueva Protectora era una chica, común y corriente, que
tenía la fuerza para afrontar los peligros que viviría al instante en el que la
Gema diera con ella. Sin duda alguna tendría tropiezos al principio, pero ¿qué
Protector en el pasado no los había tenido ya? —Tengo fe en ella. —¿Tú? ¿Fe?
—el hombre se bufó de ella —. Ten fe en que esto cambiará. Te lo aseguro. En
esas altas horas de la noche, el Reino estaba tranquilo. Los valles estaban llenos
de vida nocturna, y a la lejanía, las grandes ciudades se preparaban para
recibir otro amanecer. ¿A quién no le gustaría ver aquellas maravillas? Sin
duda, a ella.
—Qué triste ha de ser morir creyendo que
salvaste al Reino —el hombre volvió a sonreír y sacó su espada del cinturón de
piel.
—Morí salvando al Reino —sonrió Luna.
—Como digas.
El hombre alzó la espada en dirección a la chica, y la blandió con fuerza en
dirección a su cuello al mismo tiempo en el que Luna cerraba los ojos.
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