La Puerta Prohibida
Matías y su
madre eran los encargados de abrir cada mañana. Los Señores llegaban poco
después. A media mañana, cocineros y camareros llenaban el lugar con el ruido
de platos, cubiertos y ollas. Matías ayudaba a su madre con la limpieza. A la
una llegaban los clientes, se sentaban en las lujosas mesas y disfrutaban del
festín a la carta. Pero Matías no hacía caso de ellos. Cada día al terminar el
servicio, cuando todos se retiraban a la cocina a comer, la Señora subía hacia
la puerta prohibida, la única estancia que su madre nunca limpiaba, llevando
una caja entre sus manos. Aquel día Matías siguió a la Señora. Subió a
hurtadillas tras ella, en un intento de saciar su curiosidad infantil y conocer
el secreto de aquella habitación. Al acercarse le pareció escuchar sollozos y
algún quejido. Al ver que la Señora se giraba, se arrebujó nervioso tras unas
cajas arrinconadas intentando no ser descubierto. Entonces la vio salir azorada
con un pañuelo en sus manos. Por un momento tuvo que ahogar un grito de
sorpresa y temor; la Señora se limpiaba de las manos un líquido espeso de un
color similar al del vino. Sangre. Matías sabía que la Señora volvería así que
decidió apresurarse. Con pasos torpes se alejó del escondite aproximándose a la
puerta; nunca antes había visto que estuviese abierta. Sus dedos acariciaron el
pomo, empujándola suavemente. La negrura de la estancia congeló su pequeño
corazón. Estático, se fijó en unos ojos plagados de miedo que le miraban
fijamente. Balbuceó un "hola" y se acercó al joven, que permanecía
quieto con una bola en sus manos. Matías vio que la bola estaba sujeta al
tobillo del chico y que sangraba. Quiso ayudarle; se quitó el chaleco para
cubrir el metal lacerante protegiendo la piel, pero el joven se retiró y lanzó
la bola al niño, haciendo estallar su cráneo. Matías fue expulsado por la
puerta del ático. Su cuerpo inerte yacía en las escaleras. Tras él, un joven
unos años mayor, desgarbado y enloquecido, sujetaba la bola manchada de sangre
y sus ojos rezumaban terror e ira. Gritaba. Todos acudieron al vestíbulo y al
alzar la cabeza quedaron paralizados ante la tragedia. La Señora palideció y la
madre de Matías se deshizo en gritos y llanto. El servicio huyó despavorido
ante la visión. El joven permaneció de pie viendo como todos se alejaban
asustados.
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