El Hidalgo

Se podían sentir las gotas de la ligera lluvia que cubría la ciudad. Las calles, húmedas y solas, daban una idea de tristeza y depresión. Sin embargo, los edificios que se alzaban a un lado encerraban a un joven hidalgo que se paseaba, con su sombrero, su espada , su daga y su pistola. Caminaba sobre calles y callejones hasta llegar a la plaza de San Pedro, donde se alzaba majestuosa la basílica. Pasaron diez minutos hasta que llegó un segundo hombre atravesando la plaza. Vestía una armadura francesa con una cruz roja en el pecho. Detrás lo seguían otros dos hombres vestidos igual, a excepción de la capa blanca que llevaba el encabezado del trío de cruzados. El hidalgo permanecía de pie cerca del edificio donde el cruzado estaba.