ATALAYA


Jonathan Márquez era un joven periodista aburrido de realizar los mismos reportajes de siempre. Un día le fue asignada una investigación en el psiquiátrico: La Atalaya.
Partió hacia la ciudad. Cuando faltaba poco para llegar al motel su coche sufrió una avería, dejándolo tirado a mitad del camino.
La única señal de civilización que vio cercana fue el psiquiátrico, pero no le pareció buena idea acercarse a tales horas, pues temía que algo pudiera pasarle si descubrían que estaba ahí para realizar una investigación.


Mientras intentaba averiguar el fallo del coche, lo último que el joven pudo ver, fue una intensa y cegadora luz blanca.
Perdió la consciencia por un momento; al despertarse se encontraba tirado enfrente al psiquiátrico, una doctora lo invitó amablemente a pasar, para que tuviera un refugio al menos esa noche, él estaba tan aturdido que aceptó.
Más tarde, fue despertado por horribles gritos que parecían salir de todas partes, en ese momento su vocación de periodista le decía que averiguara un poco más; pero el sentido común lo invitaba a marcharse, lo cual no pudo hacerlo, ya que  estaba encerrado.
Por la mañana buscó la forma de irse, pero la doctora lo convenció para quedarse un poco a cambio de contarle cómo funcionaba todo en el lugar. Fue así que el joven aceptó.
Tras pasar otra noche despierto, y convencido de que  pasaba algo raro en aquel extraño lugar; cogió su cuaderno y empezó a escribir en el.
Al rato, pudo observar desde  su cama como una extraña y amorfa figura salía de la pared de aquella celda.
Hipnotizado por aquella amorfa figura, Jonathan, empezó a dejar extraños mensajes  en las paredes de aquella celda; dejándole inestable. Y así pasaron dos semanas.

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El coche, un seat panda con un estridente tono blanco, aparcó en la puerta de la enorme casa, que ahora era la parte central de las visitas en aquella colina; en la cual desde hace casi doscientos años se trataba de curar a las personas, que según la sociedad habían perdido el juicio. 
El coche casaba perfectamente con la estampa de la enorme y vieja casa de madera blanca. El modelo, lo eligió su abuelo, pero su mujer tuvo que conquistar una dura colina para que el coche fuera pintado, con ese blanco yeso, que aún hoy lucía como si estuviera recién acabado. 
Antes de bajar del automóvil, el doctor junto con una preciosa pelirroja, ya le estaban esperando entre las enormes columnas griegas. 
Los dos, Alan y Samuel se encontraron en medio de la cuesta. 
-Doctor Samuel Colton-le extendió la mano, que Alan apretó afectuosamente. 
-Encantado. Como sabe soy Alan el hermano mayor. 
-Le presento a mi jefa de enfermeras Alicia-ésta avanzó desde su posición algo atrás y sonrió levemente mientras también le daba la mano. 
-Si me acompaña dentro podemos hablar mucho mejor. 
Antes de entrar Alan, precedido por el doctor y antepuesto a Alicia, esta miro alrededor suyo como si intentara mirar algo más allá. 


Cuando llegaron al despacho, Alan no pudo nada más que asombrarse, por el enorme ventanal que tenía, aún más, por la vista tras los cristales: una enorme extensión, un precioso jardín.

-En esta ciudad ahora solo sobrevive ese pequeño “campo”. El jardín arcoíris se llamó durante mucho tiempo. Por ello en este sitio tan especial decidieron mis antepasados y los de la Srta. Martínez… 

-¿Srta. Martínez? 


-Sí-dijo la jefe de enfermeras

-Ella viene de una estirpe de ellas que decidieron junto con…-señaló un enorme cuadro, que había en la sala: un hombre mayor con el mismo pelo cano que Colton y con un enorme bigote; estaba sentado en un sillón de cuero y como dos canes, a los lados, estaban dos preciosas mujeres: una pelirroja casi tan exacta a Alicia, que Alan se asombró y otra mujer algo más vieja, de aproximadamente 50 años con el cabello rubio pero deslucido. 
-Él, es mi padre Samuel Colton Sénior, la mujer de rubio es su mujer: Alexandra Crawford y como comprobará por el parecido, la joven pelirroja es la madre de Alicia. Ellos decidieron que esta zona sería perfecta, más aún por su geografía, el clima precioso, y por lo barato del sitio, en crear aquí una institución que ayudara a aquellos que no pueden ayudarse. 
-Así nació La Atalaya-apostilló Alan. 
-Exacto en 1890-Colton cruzó los dedos y sonrió. Su aspecto era el de un hombre maduro de aproximadamente 50 o 60 años. Numerosas arrugas cruzaban por su rostro y más surcos se dibujaban cuando reía, o hacia algún tipo de expresión forzada. Su pelo corto tenía ya betas encanecidas y algo grisáceo, ya había perdido su color original, cada vez se acercaba más al retrato que dominaba la estancia. 
-Me llamó porque dijo algo de mi hermano… 
-Sí. Su hermano sufre lo que llamamos “Deslusiones” un conjunto de alucinaciones de cariz psíquico, que afectan a uno o varios sentidos, según el grado de paranoia; pero que están todas englobadas en una historia que parece ser creíble, o lo es, por entero para el sujeto. Él cree en su paranoia, que está siendo poseído por lo que llama una “raedura” un ser amorfo, que nace dentro de nosotros y que a través de una puerta; la cual nosotros mismos creamos. Donde guardamos todo lo que no deseamos, ni siquiera nosotros mismos ver… 


“Aquí han ocurrido hechos que muchos de los pacientes han podido ver, oír o sentir; y peor aún todo a la vez. Mis investigaciones me dicen que en esta habitación en concreto es el punto de inflexión, he permanecido en ella durante apenas 5 minutos y puedo sentirla…” 

Alan se sorprendió al poder escuchar, eso de boca de otro que no fuera su familia. No recordaba muy bien aquella historia, pero por lo poco que el doctor le estaba comentando, los recuerdos cada vez más lúcidos, hacían acto de presencia. Los veranos en aquella casa en el campo, cuando sus abuelos les contaban en noches aún calientes y bochornosas, historias sobre una mundo fuera del tiempo. Un mundo, que ellos llamaban la raedura, pero a la vez también un monstruo; algo que no podía

ser concebido por el hombre. Aquel que llegara a desear a  entenderlo enloquecería.

“Es lo que le pasó a su hermano . Una forma de penetrar en nuestro plano era a través de esa puerta que teníamos todos… por eso era casi obligado muchas veces luchar contra ella. Con sólo mirarla podíamos empezar a derrotar a la raedura, pero muchos no podían contra ella, era más el miedo a ver el abismo que se cernía dentro de uno. 
-¡Manicomio!-aullaron desde fuera. Alan enseguida consiguió, a pesar de los años, saber quién era. La puerta del despacho se abrió con algunos golpes, en el quicio apareció Alicia y al fondo unos hombres también vestidos de blanco forcejeaban con otro más alto, de aspecto casi cadavérico. Alan no podía creerlo, ese era su hermano, la última vez que le vio tenía una cara redonda, un pequeño bigote dorado y se iba directo a por su doctorado en antropología. Ahora era el fantasma de Canterville casi una sombra de lo que una vez fue, era como la imagen de un títere, huesudo, cadavérico, pero aún conservaba la fuerza y seguro que la astucia como para derribar a dos enormes moles como las que le intentaban apresar. 
Y cuánta razón tuvo, al salir de la visión que daba la puerta detrás de Alicia, se oyó cuerpos caer sobre metal, bandejas y demás utensilios pensaba Alan. Alicia atrasó un poco la cabeza sin salir del quicio para ver la escena, sonrió sacando una leve sonrisita. Alan no pudo no fijarse en ello. Alicia era una joven de aproximadamente su edad, no pasaba de la treintena a lo mejor un poco más adulta, pues cuando sonreía se le formaban unas arrugas en la comisura de la boca que a él siempre le encantaron… Acostumbraba a llevar coleta, aun siendo prohibido el pelo largo, pero debido a sus antecedentes Colton le era algo más permisiva. Tenía unos preciosos labios y unos ojos penetrantes de color tan azul como el mismo cielo. 


“Todos parecen que son humanos pero ninguno de ellos lo son ni siquiera yo creo que ya sea humano, que puedo hacer contra ella” 



-¡Ya está aquí, no estaremos libres de la raedura!-aullaba Jonathan mientras corría por el pasillo, teniendo detrás a los enfermeros “Mole y Marmitako” como él los llamaba. En una de sus pasadas, miró al interior del despacho de Colton, viendo a su hermano. Entró como su hubiera sido una flecha pasando por debajo de las piernas de Alicia que pegó un grito de espanto y luego soltó una risa de nerviosismo. 




-¿Qué haces aquí por dios?-aulló Jonathan a su hermano-No puedes estar aquí, NO NO NO NO-y con esa negativa se iba dando golpes en la cabeza-¡La raedura ya está aquí, consiguió salir y cada día es más poderosa! Si permaneces aquí te poseerá a ti también… 

Mole y Marmitako entraron doloridos y al ver a Colton se intentaron recuperar. 

Mole, un gigante negro de cabeza afeitada, tenía un labio partido, Jonathan se lo había producido en la sala de juegos, con uno de los libros no sabían ni como lo había hecho. En cambio Marmitako, un obeso moreno de pelo ensortijado, tenía como recuerdo un enorme moretón en uno de sus ojos. 

-Lo sentimos señor se nos volvió a escapar, cuando lo dejamos en la celda… hum habitación, rectificó rápidamente-no sabemos aún cómo puede escaparse de ahí. 

Colton se levantó de su enorme sillón y se acercó a la ventana, colocándose las manos a la espalda, mirando el enorme campo.

-El problema de su hermano Sr Márquez es que  no conseguimos nada con él, cada día que pasa, sigue más empeñado en que esos sueños; o ese monstruo que tiene en su interior, ha salido de él y que ahora ha abierto otra puerta en una esquina de su habitación. Incluso el olor de la comida dice que viene de la raedura… 
-Un día llego a decir-explico Marmitako-que hasta mi pelo estaba hecho de vello púbico de ramera de la raedura. 
Todos se quedaron extrañados con la confesión. 
-Es que no sabéis como son en aquel lugar, estuvo haciéndome dibujos y todo-se tocó el pelo mientras se acariciaba los bucles. 
-¡¡Shaazar!! ¡¡La puta de Teresa!!-chilló Jonathan cogiendo del cuello a Marmitako. Mole intentaba hacer todo lo posible para desengancharlos, ante el asombro de Alan, la impasividad de Colton y el miedo de Alicia.                                       


-¡¡Sédenlo de una vez por dios!!-aulló Colton casi con voz demoníaca-Deberá de disculparnos-se dirigió a Alan-pero su hermano es uno de los pacientes más intratables de los que hemos tenido. Vera, su hermano sufre alucinaciones, en un principio sólo decía que era sensaciones, según él “notaba como la raedura me devoraba por dentro” pero a raíz de los hechos, cada vez que nosotros intentábamos profundizar en aquellos problemas, enloquecía más aún y ello dio paso a alucinaciones auditivas, y últimamente visuales. 
-Como terapia, decidimos que aparte de escribir aquello, dibujara. Pero sus dibujos han ido cada vez a peor, como si todo lo que hiciera lo viera de verdad, como si esa raedura fuera tan verdadera…-dijo Alicia algo asustada. 


No quiero aburrirle con demasiados términos clínicos, que puede que no comprenda, Sr Márquez. Su hermano vino aquí en busca de información sobre estas instalaciones, sobre la historia de todo esto-dijo Colton levantando los brazos, abarcando todo.-Pero ocurrió algo, no sabemos qué le paso, en una de sus “sesiones” acostumbraba a quedarse solo en una de las habitaciones, donde según él, habían ocurrido hechos extraños en la antigüedad… 

-¿Hechos extraños?-pregunto Alan. 

-… decía que había algo encerrado en estas paredes, algo que obligaba al ser humano a ser diferente, malvado. Creía, cree-Samuel rectificó con una sonrisa al ver la cara de Alan-que la creación de La Atalaya no fue algo natural si no el resultado lógico de lo que tendría que suceder. 

Un enfermero entró rápidamente cuando Colton apretó un botón de su interfono y pidió unos grilletes. 

Marmitako quitó la protección de la aguja de una jeringa y sacó el aire de ella.

Le pinchó a Jonathan en el brazo mientras Mole le sujetaba, Jonathan posó los ojos en su hermano con una mirada que este nunca recordó salvó una vez;

De pequeños cuando se cayó cerca de una oscura cueva en aquel verano. Su abuelo le había prohibido ir allí bajo pena de un castigo todo el verano pero no hicieron caso. Con la pierna herida, Alan tuvo que dejar a su hermano llorando en la oscuridad e ir en busca de su abuelo. El castigo se lo llevó, pero no de parte de sus abuelos si no que todo el verano Jonathan tuvo que estar con una escayola, mientras todos sus amigos disfrutaban de los baños en el río. Ahí recordó esa mirada, de completo miedo, doloroso, temeroso. Sólo en aquella oscuridad, alumbrado cada vez menos por el haz de una linterna que se alejaba más de él. 

Jonathan se iba yendo de este mundo. Marmitako aprovechó para ir a por una silla de ruedas. Pero todos dieron un respingo, Alicia gritó y Marmitako miró atrás cuando Jonathan  se abalanzó sobre su hermano. 

-Cada día la raedura crece dentro de ti, todos la pueden ver al menos la sienten, sabes esa sensación en el estómago como si te movieran las tripas por dentro ¡¡ESA SENSACION DEJA CUANDO TE COME!!!-casi se quedó sin aire después de decir todo aquello, pero él siempre era un experto hablando deprisa. 

Antes de que al anestesiado Jonathan se lo llevaran, consiguió decir unas palabras a su hermano al oído “En el árbol que llora lágrimas encontrarás mis neuronas” 

    -Lamento todo. Su presencia le ha causado mayor desasosiego que de costumbre-Se miró el reloj de pulsera y dijo:-He de terminar unos asuntos importantes en la ciudad, deberá de perdonarme. Ahora Alicia le llevará a las instalaciones de los pacientes más peligrosos y al ala donde su hermano estaba investigando. 


“Allí lo vi, fue la primera vez que pude verla. En aquel rincón miraba y notaba algo dentro de mí como cuando sientes que juegan con tus tripas pero desde dentro. Y ahora ese día lloré dios santo que era aquello, lo había visto como vemos siempre a  aquellos monstruos por el rabillo del ojo. Pero cada día que pasaba, que me dejaban en esa habitación, más nítidamente la veía. Era como si en ese rincón algo malo, amorfo se mezclara con ese efecto que hace la televisión cuando no se sintoniza, cuando está mal puesto el canal…” 


Alicia y Alan paseaban en dirección a las viejas instalaciones donde Jonathan, hacia sus sesiones, detrás de ellos Mole llevaba en silla de ruedas a un encadenado y drogado Jonathan, en la retaguardia de la compaña Marmitako. 

    -Así que esta es la famosa Atalaya-dijo Alan mientras andaba al lado de Alicia. 

    -Lo dice como si hablara del mal -sentenció ella. 

    -Es curioso, pero en mi niñez escuché historias de este lugar. Quizás es por eso que al final mi hermano decidiese venir aquí. 

    -¿Historias? ¿Cómo cuáles? 

    -Nos hablaban de que la Atalaya  portaba el mal. No era sólo que mis abuelos, quienes eran los que nos lo contaban las historias, creyeran que un loco… 
-¿Loco?, no diga eso del doctor Colton, el director de este centro no podía hablar así de sus pacientes, para Colton incluso el loco más loco siempre sería cuerdo. 
    -… por supuesto disculpe.
 Mis abuelos creían que este tipo de pacientes, habían perdido la mente para siempre, recuerdo-dijo Alan pensativo, poniendo esa mirada de ver en tus recuerdos-Una historia sobre un gusano, el gusano de Ygmogoth. Mi abuela nos lo nombraba cuando nos íbamos a dormir. Incluso nos contó una historia un día-sonrió-no sé cómo no se convirtió en novelista, era sobre un gusano que salía de la televisión, al menos eso creías; recuerdas, los gusanos de la película Temblores, eran  muy parecidos a esos, te comían por el cerebro y al final solo quedaba la piel pero en su forma original era como si después te fueran a rellenar de paja. 
    Alicia puso cara de extrañeza y asquerosidad. 
    El viento le hacía mover la coleta para uno y otro lado y la cofia a pesar de lo bien “claveteada” que la tenía, parecía que de un momento a otro fuera a salirse. 
    Siguiendo por el camino asfaltado en dirección al ala Hausenberg, en honor de uno de los médicos más insignes de la historia de la Atalaya. Alan vio a lo lejos un enorme torreón, estaba detrás de todo el campo colorido, al fondo entre las enormes olas que escalaban por el precipicio. Alumbrando más allá. Dando la bienvenida.. Sus ojos fueron por el camino que partía la extensión arcoíris en dos hasta la base de la torre y la escalaron hasta alcanzar la cúspide. Un balcón dejaba ver el colorido paisaje. Alicia miraba fijamente a Alan le intentaba leer la expresión, deseando saber algo. 
    -¿Seguimos?-Alan escuchó eso de la enfermera y le sacó de sus pensamientos había algo en esa torre que atraía la tormenta, lo sentía. 



    Dejaron a su derecha el jardín arcoíris, y siguieron el camino, ya podían ver parte del edificio, una de las paredes cubierta completamente por la piedra oscura dejaba paso a hileras de plantas trepadoras y macetas con bellas flores pero de lo que más capto la  atención de Alan fue lo que vieron a unos pasos más cerca. Un pequeño jardín era custodiado por un enorme cerezo que iba perdiendo sus flores dejando un manto rosado en el suelo y una lluvia de bello color. “En el árbol que llora lágrimas encontrarás mis neuronas” le volvió aquella frase de su hermano. 

    -Nos sentamos un segundo-Alan señaló un banco de madera bajo el cerezo, sus pisadas marcaron y ensuciaron la manta colorada. 

    -Me encanta esta vista-dijo Alicia-cuando en verano podemos permitirnos un poco de calor por aquí, sacamos a los pacientes a que disfruten un poco.



    Aunque ya empezaba a bajar las temperaturas y el viento había arreciado un poco, los pacientes que podían salir se empezaban a preparar para volver al interior. Mole y Marmitako empezaron a ayudar a los que no podían, dejando solos, a excepción de un dormido Jonathan, a Alan y Alicia. 



    Alan mientras estaba sentado, con su mirada inspeccionaba casi como si fuera Superman, con visión de rayos X, todos los alrededores para intentar averiguar dónde tenía su hermano, aquello que le había comentado. Un movimiento de Alicia le saco de su pensamiento: la cofia salió volando y se topó con una de las ramas de un arbusto  cayendo al suelo, cuando volvió el viento a silbar menos fuerte. Alan al recogerlo se percató de aquello que su hermano decía, debajo del asiento hacia pegado lo que parecía ser algún tipo de libro. 

    -Ahora sí que está haciendo demasiado viento-le dijo Alan a Alicia. Ésta se abrazó para dar calor a sus brazos. Alan se acercó a ella y le dio su chaqueta. 

    -No sé preocupe yo voy detrás suyo llevaré a mi hermano. 

    Mientras Alicia se levantaba y se ponía por encima de los hombros, lo que le habían ofrecido, Alan aprovechó para retirar aquello que había debajo del asiento, no le costó trabajo, estaba pegado a un envoltorio para retirar cómodamente el libro y luego colocarlo sin ser visto. 

    Alicia miró para atrás y Alan ya tenía tras de sí el volumen, cogió la silla de ruedas y empujó a su hermano. 



    El ala Hausenberg era la más antigua de todas las instalaciones, su piedra era de un negro apagado, que contrastaba con el blanco resplandor del interior. Cuando pasaron al edificio, Alan sintió algo extraño como si estuviera nervioso. “…todos la pueden ver al menos la sienten, sabes esa sensación en el estómago como si te movieran las tripas por dentro ¡¡ESA SENSACION DEJA CUANDO TE COME!!!” Las palabras de su hermano reverberaban en su  mente. 

    Un enfermero se acercó deprisa a Alicia diciendo: 

    -Lamentablemente, el servicio de meteorología, nos ha comunicado que la tormenta se dirige aquí han suspendido el bus, por ello no podrá irse-miró a Alan-y el Sr. Colton no podrá volver hasta mañana. 

    -Sr Márquez, lamento este retraso-dijo Alicia-pero así podrá conocer mejor el problema de su hermano y ayudarnos en nuestra tarea, puede que teniendo a alguien entre estos muros que le importe, se recupere lo más pronto posible. 

    -Tenemos una zona especial para las visitas, muchos quieren quedarse algunos días para hacer más accesible la estancia a sus personas queridas. No es muy lujosa pero podrá pasar una buena noche. 

     
    Pasaron despacio casi como si fuera una visita primeriza a todas las instalaciones, desde la sala de juegos a la sala de los pacientes más sanos y por ende menos peligrosos. Hasta que llegaron al ala donde están las habitaciones más seguras, reformadas de la vieja ala más antigua. Jonathan dio aún dormido un respingo, todos callados le miraron. 
    Alan sintió algo en su estómago, de nuevo las palabras de su hermano mezcladas con las historias de sus abuelos le rugieron en la mente. La raedura estaba cerca. Mientras andaban con el taconeo de los zapatos de Alicia cual único cuchillo que aniquilaba el sonido sepulcral, Alan lo sintió cada vez que se acercaban más a la habitación de Jonathan. Todo cambió. La vista se le nubló y el ambiente se volvió enrarecido, como si hubiera sido transportado a otro lugar… La oscuridad se hizo y entre los flashes, a modo de relámpagos, de las luces todo cambio: las paredes blancas se convirtieron en muerte, suciedad, sangre con dibujos extraños; el suelo cubierto de lo que parecía un tipo de musgo reptante, y Alan lo supo eso era la raedura. Estaba en ese mundo.

Había cruzado la línea. Salió de él cuando Alicia le toco en el hombro. 
    -¿Se encuentra bien?-le miró con unos ojos preocupados  y una leve sonrisa. 
    -Sí, ha sido algo raro, será el tiempo, el clima, por lo de la tormenta. 
    Llegaron a la habitación de Jonathan. Desde el exterior era simple y común como la de una pensión. Si no fuera porque en la puerta, todo de un blanco reluciente, tenía un enorme cerrojo plateado. El sonido de su apertura fue casi como si le dieran dos disparos a Alan. La puerta crujió, y éste vio lo que nunca pudo ver… nada. Creía que vería una habitación acolchada, lleva de inscripciones ininteligibles, hechas con sangre, entre olores a vomito por las pastillas que no se tragaría su hermano, orines en las esquinas como si fuera la guarida de un verdadero loco. Sólo al entrar para poder contemplarla mejor, sintió a la raedura abrirse camino desde el interior de sí mismo, la sintió en su cuerpo y susurrando en su oreja acariciándole por dentro… Al deslizar la mirada a la esquina no quiso ver lo que había y cerró los ojos pero antes de hacerlo algo le obligo a ver, no había nada, era todo su imaginación en esa esquina no había completamente nada. Respiró aliviado. Mole y Marmitako le quitaron los grilletes reforzados a Jonathan y le tumbaron en la cama. 
    -No se preocupe, dentro de unas horas despertará-dijo Alicia-Como vera su habitación no está más allá del otro mundo, tiene su cama, mucha luz-“aunque las ventanas estén casi pegadas al techo y tengan rejas” pensó Alan-y como ve un pequeño escritorio… 
    Alan contempló despacio  la zona del escritorio no quería ver esa esquina, no quería ver a la raedura allí sentada, como un ser amorfo mal sintonizado… 


    Después de dejar a su hermano en su sala, Alicia llevo a Alan a la zona común allí podría esperar mientras ella atendía a unos pacientes y después le enseñaría donde pasaría la noche. 

    La zona era una enorme habitación con muchas camas esparcidas, casi como si fuera la estancia de un orfanato o una antigua sala de enfermería de la guerra. Tumbado en su cama, mientras oía el viento más fuerte cada vez que pasaba el tiempo, y los relámpagos y rayos como si fueran flashes de cámaras. Con la única luz del flexo siempre hacia lo mismo, como cuando era pequeño; miraba a todos lados, aun en su soledad, para leer algo prohibido. Sacó de debajo del colchón, aquello y entre la tenue luz, leyó como cuando era chico… 



    “Sé que no estoy loco pero lo deseo. Llevo aquí no sé cuánto tiempo, me han quitado todo dispositivo para leer el tiempo, y si no fuera porque cuando me dan esto para leer y escribo lo que me está pasando ya desearía estar muerto.” 



    Alan no podía creer lo que estaba leyendo, ese libro ajado, era la única comunicación que tenia de su hermano. Usó el truco que hacían cuando eran pequeños. Poner un punto superior en cada palabra que de verdad escribían, para sí cualesquier textos convertirlos en enigmas, hizo su propio código secreto. Aunque le costaba leer entre las líneas del libro original, se estaba empezando a enterar, lo que pasaba en esas paredes y la progresión en la locura de su hermano. Leyó: 



    “Sabía cómo me hablaba, sabía lo que me decía, sabía quién era pero no quería saberlo; hay algo dentro de mi habitación. Veo como en la pared se abre una puerta, quizás a mi locura o quizás a algo tan real, tan tétrico que deseo realmente estar loco. Aquello era como una raedura pero suelta. En aquella habitación había tanto sufrimiento que podía existir, sin necesidad de nadie que lo alimentara. Ese monstruo amorfo, crecía cada vez más. Lo podía sentir, aún.

No lo veía agazapado cual ameba en el rincón oscuro. 
Y no me percaté que en esa habitación, aquella la primera (la habitación negra, no había sido modificada desde su construcción. Con su humedad, su ladrillo negro, el hedor, y todo aquel poder. CUIDADO SI TE LLEVAN ALLÍ) y no ésta, donde permanecí ya quedé infectado, sus zarcillos venidos de “el otro mundo” me contagiaron por decirlo así, porque nunca sientes los primeros bocados. Nunca sientes como crece dentro de ti mismo DETRÁS DE ESA PUERTA” 


    Un trueno sonó cerca, después de que un enorme resplandor apareciera, la luz se apagó y todo se sumió en la oscuridad. Entre cada relámpago Alan vio algo, la escena que siguió a continuación fue como las imágenes en fotogramas, como un zootropo. Algo se acercaba, algo iba hacia él. Algo, creía él.  La oscuridad se cernió, el silencio le envolvió. 



    Cuando Alan despertó seguía en plena oscuridad, no oía ni los truenos ni veía rayos ni siquiera podía oír la lluvia. ¿Dónde estaba? Sentía un olor pestilente, y aun en la oscuridad algo dentro de sí que no deseaba saber que era, pero le estaba llamando. Sin poder verlo solo sentirlo, ese hedor, esa pestilencia que empezaba a salir de su cuerpo… Sabía lo que sentía su hermano y lo único que pudo hacer, es ir directo lo más lejos de aquella sensación, notaba como salía cada vez más fuerte: como su cuerpo se desmembraba, como la carne se pudría cada vez más que la raedura se iba abriendo paso… y de pronto la luz. 

    -Como pueden comprobar, el Sr Márquez, está en un estado casi catatónico por periodos y no sabemos cuánto duran. 

    Se encontraba en la misma habitación donde había dejado a su hermano, tras la puerta, asomaban varias cabezas deseosas de mirar. En medio, un inerte Samuel Colton. 

    El cuerpo de Alan se estrelló contra la puerta gritando: 

    -No estoy loco, sé lo que está pasando, la raedura me ha poseído. La puedo ver esta ahí ¡¡¡EN LA ESQUINA!!! Todos la podéis sentir todos sabéis que está aquí, oídla. MIRADLA…-Alan contemplaba con miedo atroz una esquina. Mientras el grupo de prontos doctores se alejaban, Colton, detrás de todos ellos, sonreía antes de perderse en la lejanía de la visión de un temeroso Alan. 

    Éste no dejaba de gritar, deseaba escapar de allí pero no podía. Era tal la desesperación que se estrellaba contra la puerta, deseando salir; empañando todo la blancura de un rojo sangriento, podía ver a la raedura y cada segundo que pasaba más nítidamente. Ahí estaba, gimiendo, con su imagen espectral mal sintonizada, incluso la puerta, la brecha en la pared y ese hedor cual zarcillos abriéndose paso, al igual que en su pecho, una enorme gimotearte y viva pidiendo cada vez más comida. 
    Y después de gritos, de golpes, y estertores de muerte, el silencio. 
    La soledad del pasillo dejo paso a la nada. La sangre, se deslizaba por el recuadro de la puerta, y como una mosca entramos dentro; esperando ver el horror descrito pero no hay nada ni nadie simplemente una habitación impregnada de restos de sangre, señales de un desesperado intento de un “loco” por escapar. 










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