ATALAYA
Jonathan Márquez era un joven periodista aburrido de realizar los mismos reportajes de siempre. Un día le fue asignada una investigación en el psiquiátrico: La Atalaya.
Partió hacia la ciudad. Cuando
faltaba poco para llegar al motel su coche sufrió una avería, dejándolo tirado
a mitad del camino.
La única señal de
civilización que vio cercana fue el psiquiátrico, pero no le pareció buena idea
acercarse a tales horas, pues temía que algo pudiera pasarle si descubrían que
estaba ahí para realizar una investigación.
Mientras intentaba
averiguar el fallo del coche, lo último que el joven pudo ver, fue una intensa
y cegadora luz blanca.
Perdió la consciencia
por un momento; al despertarse se encontraba tirado enfrente al psiquiátrico,
una doctora lo invitó amablemente a pasar, para que tuviera un refugio al menos
esa noche, él estaba tan aturdido que aceptó.
Más tarde, fue
despertado por horribles gritos que parecían salir de todas partes, en ese momento
su vocación de periodista le decía que averiguara un poco más; pero el sentido
común lo invitaba a marcharse, lo cual no pudo hacerlo, ya que estaba encerrado.
Por la mañana buscó la
forma de irse, pero la doctora lo convenció para quedarse un poco a cambio de
contarle cómo funcionaba todo en el lugar. Fue así que el joven aceptó.
Tras pasar otra noche
despierto, y convencido de que pasaba
algo raro en aquel extraño lugar; cogió su cuaderno y empezó a escribir en el.
Al rato, pudo observar
desde su cama como una extraña y amorfa
figura salía de la pared de aquella celda.
Hipnotizado por aquella
amorfa figura, Jonathan, empezó a dejar extraños mensajes en las paredes de aquella celda; dejándole
inestable. Y así pasaron dos semanas.
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El coche, un seat panda con un estridente tono blanco, aparcó en la puerta de
la enorme casa, que ahora era la parte central de las visitas en aquella
colina; en la cual desde hace casi doscientos años se trataba de curar a las
personas, que según la sociedad habían perdido el juicio.
El coche casaba perfectamente con la estampa de la enorme y vieja casa de
madera blanca. El modelo, lo eligió su abuelo, pero su mujer tuvo que
conquistar una dura colina para que el coche fuera pintado, con ese blanco
yeso, que aún hoy lucía como si estuviera recién acabado.
Antes de bajar del automóvil, el doctor junto con una preciosa pelirroja, ya le
estaban esperando entre las enormes columnas griegas.
Los dos, Alan y Samuel se encontraron en medio de la cuesta.
-Doctor Samuel Colton-le extendió la mano, que Alan apretó
afectuosamente.
-Encantado. Como sabe soy Alan el hermano mayor.
-Le presento a mi jefa de enfermeras Alicia-ésta avanzó desde su posición algo
atrás y sonrió levemente mientras también le daba la mano.
-Si me acompaña dentro podemos hablar mucho mejor.
Antes de entrar Alan, precedido por el doctor y antepuesto a Alicia, esta miro
alrededor suyo como si intentara mirar algo más allá.
Cuando llegaron al despacho, Alan no pudo nada más que asombrarse, por el
enorme ventanal que tenía, aún más, por la vista tras los cristales: una enorme
extensión, un precioso jardín.
-En esta ciudad ahora solo sobrevive ese pequeño “campo”. El jardín arcoíris se
llamó durante mucho tiempo. Por ello en este sitio tan especial decidieron mis
antepasados y los de la Srta. Martínez…
-¿Srta. Martínez?
-Sí-dijo la jefe de enfermeras
-Ella viene de una
estirpe de ellas que decidieron junto con…-señaló un enorme cuadro, que había
en la sala: un hombre mayor con el mismo pelo cano que Colton y con un enorme
bigote; estaba sentado en un sillón de cuero y como dos canes, a los lados,
estaban dos preciosas mujeres: una pelirroja casi tan exacta a Alicia, que Alan
se asombró y otra mujer algo más vieja, de aproximadamente 50 años con el
cabello rubio pero deslucido.
-Él, es mi padre Samuel Colton Sénior, la mujer de rubio es su mujer: Alexandra
Crawford y como comprobará por el parecido, la joven pelirroja es la madre de
Alicia. Ellos decidieron que esta zona sería perfecta, más aún por su
geografía, el clima precioso, y por lo barato del sitio, en crear aquí una
institución que ayudara a aquellos que no pueden ayudarse.
-Así nació La Atalaya-apostilló Alan.
-Exacto en 1890-Colton cruzó los dedos y sonrió. Su aspecto era el de un hombre
maduro de aproximadamente 50 o 60 años. Numerosas arrugas cruzaban por su
rostro y más surcos se dibujaban cuando reía, o hacia algún tipo de expresión
forzada. Su pelo corto tenía ya betas encanecidas y algo grisáceo, ya había
perdido su color original, cada vez se acercaba más al retrato que dominaba la
estancia.
-Me llamó porque dijo algo de mi hermano…
-Sí. Su hermano sufre lo que llamamos “Deslusiones” un conjunto de
alucinaciones de cariz psíquico, que afectan a uno o varios sentidos, según el
grado de paranoia; pero que están todas englobadas en una historia que parece
ser creíble, o lo es, por entero para el sujeto. Él cree en su paranoia, que
está siendo poseído por lo que llama una “raedura” un ser amorfo, que nace
dentro de nosotros y que a través de una puerta; la cual nosotros mismos
creamos. Donde guardamos todo lo que no deseamos, ni siquiera nosotros mismos
ver…
“Aquí han ocurrido hechos que muchos de los pacientes han podido ver, oír o
sentir; y peor aún todo a la vez. Mis investigaciones me dicen que en esta
habitación en concreto es el punto de inflexión, he permanecido en ella durante
apenas 5 minutos y puedo sentirla…”
Alan se sorprendió al poder escuchar, eso de boca de otro que no fuera su
familia. No recordaba muy bien aquella historia, pero por lo poco que el doctor
le estaba comentando, los recuerdos cada vez más lúcidos, hacían acto de
presencia. Los veranos en aquella casa en el campo, cuando sus abuelos les
contaban en noches aún calientes y bochornosas, historias sobre una mundo fuera
del tiempo. Un mundo, que ellos llamaban la raedura, pero a la vez también un
monstruo; algo que no podía
ser concebido por el
hombre. Aquel que llegara a desear a
entenderlo enloquecería.
“Es lo que le pasó a su
hermano . Una forma de penetrar en nuestro plano era a través de esa puerta que
teníamos todos… por eso era casi obligado muchas veces luchar contra ella. Con sólo
mirarla podíamos empezar a derrotar a la raedura, pero muchos no podían contra
ella, era más el miedo a ver el abismo que se cernía dentro de uno.
-¡Manicomio!-aullaron desde fuera. Alan enseguida consiguió, a pesar de los
años, saber quién era. La puerta del despacho se abrió con algunos golpes, en
el quicio apareció Alicia y al fondo unos hombres también vestidos de blanco
forcejeaban con otro más alto, de aspecto casi cadavérico. Alan no podía
creerlo, ese era su hermano, la última vez que le vio tenía una cara redonda,
un pequeño bigote dorado y se iba directo a por su doctorado en antropología.
Ahora era el fantasma de Canterville casi una sombra de lo que una vez fue, era
como la imagen de un títere, huesudo, cadavérico, pero aún conservaba la fuerza
y seguro que la astucia como para derribar a dos enormes moles como las que le
intentaban apresar.
Y cuánta razón tuvo, al salir de la visión que daba la puerta detrás de Alicia,
se oyó cuerpos caer sobre metal, bandejas y demás utensilios pensaba Alan.
Alicia atrasó un poco la cabeza sin salir del quicio para ver la escena, sonrió
sacando una leve sonrisita. Alan no pudo no fijarse en ello. Alicia era una
joven de aproximadamente su edad, no pasaba de la treintena a lo mejor un poco
más adulta, pues cuando sonreía se le formaban unas arrugas en la comisura de
la boca que a él siempre le encantaron… Acostumbraba a llevar coleta, aun
siendo prohibido el pelo largo, pero debido a sus antecedentes Colton le era
algo más permisiva. Tenía unos preciosos labios y unos ojos penetrantes de
color tan azul como el mismo cielo.
“Todos parecen que son humanos pero ninguno de ellos lo son ni siquiera yo creo
que ya sea humano, que puedo hacer contra ella”
-¡Ya está aquí, no estaremos libres de la raedura!-aullaba Jonathan mientras
corría por el pasillo, teniendo detrás a los enfermeros “Mole y Marmitako” como
él los llamaba. En una de sus pasadas, miró al interior del despacho de Colton,
viendo a su hermano. Entró como su hubiera sido una flecha pasando por debajo
de las piernas de Alicia que pegó un grito de espanto y luego soltó una risa de
nerviosismo.
-¿Qué haces aquí por dios?-aulló Jonathan a su hermano-No puedes estar aquí, NO
NO NO NO-y con esa negativa se iba dando golpes en la cabeza-¡La raedura ya está
aquí, consiguió salir y cada día es más poderosa! Si permaneces aquí te poseerá
a ti también…
Mole y Marmitako entraron doloridos y al ver a Colton se intentaron
recuperar.
Mole, un gigante negro de cabeza afeitada, tenía un labio partido, Jonathan se
lo había producido en la sala de juegos, con uno de los libros no sabían ni
como lo había hecho. En cambio Marmitako, un obeso moreno de pelo ensortijado,
tenía como recuerdo un enorme moretón en uno de sus ojos.
-Lo sentimos señor se nos volvió a escapar, cuando lo dejamos en la celda… hum
habitación, rectificó rápidamente-no sabemos aún cómo puede escaparse de
ahí.
Colton se levantó de su enorme sillón y se acercó a la ventana, colocándose las
manos a la espalda, mirando el enorme campo.
-El problema de su hermano Sr Márquez es que no conseguimos nada con
él, cada día que pasa, sigue más empeñado en que esos sueños; o ese monstruo
que tiene en su interior, ha salido de él y que ahora ha abierto otra puerta en
una esquina de su habitación. Incluso el olor de la comida dice que viene de la
raedura…
-Un día llego a decir-explico Marmitako-que hasta mi pelo estaba hecho de vello
púbico de ramera de la raedura.
Todos se quedaron extrañados con la confesión.
-Es que no sabéis como son en aquel lugar, estuvo haciéndome dibujos y todo-se
tocó el pelo mientras se acariciaba los bucles.
-¡¡Shaazar!! ¡¡La puta de Teresa!!-chilló Jonathan cogiendo del cuello a
Marmitako. Mole intentaba hacer todo lo posible para desengancharlos, ante el
asombro de Alan, la impasividad de Colton y el miedo de Alicia.
-¡¡Sédenlo de una vez por dios!!-aulló Colton casi con voz demoníaca-Deberá de
disculparnos-se dirigió a Alan-pero su hermano es uno de los pacientes más
intratables de los que hemos tenido. Vera, su hermano sufre alucinaciones, en
un principio sólo decía que era sensaciones, según él “notaba como la raedura
me devoraba por dentro” pero a raíz de los hechos, cada vez que nosotros
intentábamos profundizar en aquellos problemas, enloquecía más aún y ello dio
paso a alucinaciones auditivas, y últimamente visuales.
-Como terapia, decidimos que aparte de escribir aquello, dibujara. Pero sus
dibujos han ido cada vez a peor, como si todo lo que hiciera lo viera de
verdad, como si esa raedura fuera tan verdadera…-dijo Alicia algo
asustada.
No quiero aburrirle con demasiados términos clínicos, que puede que no
comprenda, Sr Márquez. Su hermano vino aquí en busca de información sobre estas
instalaciones, sobre la historia de todo esto-dijo Colton levantando los
brazos, abarcando todo.-Pero ocurrió algo, no sabemos qué le paso, en una de
sus “sesiones” acostumbraba a quedarse solo en una de las habitaciones, donde
según él, habían ocurrido hechos extraños en la antigüedad…
-¿Hechos extraños?-pregunto Alan.
-… decía que había algo encerrado en estas paredes, algo que obligaba al ser
humano a ser diferente, malvado. Creía, cree-Samuel rectificó con una sonrisa
al ver la cara de Alan-que la creación de La Atalaya no fue algo natural si no el
resultado lógico de lo que tendría que suceder.
Un enfermero entró rápidamente cuando Colton apretó un botón de su interfono y
pidió unos grilletes.
Marmitako quitó la protección de la aguja de una jeringa y sacó el aire de
ella.
Le pinchó a Jonathan en
el brazo mientras Mole le sujetaba, Jonathan posó los ojos en su hermano con
una mirada que este nunca recordó salvó una vez;
De pequeños cuando se
cayó cerca de una oscura cueva en aquel verano. Su abuelo le había prohibido ir
allí bajo pena de un castigo todo el verano pero no hicieron caso. Con la
pierna herida, Alan tuvo que dejar a su hermano llorando en la oscuridad e ir
en busca de su abuelo. El castigo se lo llevó, pero no de parte de sus abuelos
si no que todo el verano Jonathan tuvo que estar con una escayola, mientras
todos sus amigos disfrutaban de los baños en el río. Ahí recordó esa mirada, de
completo miedo, doloroso, temeroso. Sólo en aquella oscuridad, alumbrado cada
vez menos por el haz de una linterna que se alejaba más de él.
Jonathan se iba yendo de este mundo. Marmitako aprovechó para ir a por una
silla de ruedas. Pero todos dieron un respingo, Alicia gritó y Marmitako miró
atrás cuando Jonathan se abalanzó sobre
su hermano.
-Cada día la raedura crece dentro de ti, todos la pueden ver al menos la
sienten, sabes esa sensación en el estómago como si te movieran las tripas por
dentro ¡¡ESA SENSACION DEJA CUANDO TE COME!!!-casi se quedó sin aire después de
decir todo aquello, pero él siempre era un experto hablando deprisa.
Antes de que al anestesiado Jonathan se lo llevaran, consiguió decir unas
palabras a su hermano al oído “En el árbol que llora lágrimas encontrarás mis
neuronas”
-Lamento todo. Su presencia le ha causado mayor
desasosiego que de costumbre-Se miró el reloj de pulsera y dijo:-He de terminar
unos asuntos importantes en la ciudad, deberá de perdonarme. Ahora Alicia le
llevará a las instalaciones de los pacientes más peligrosos y al ala donde su
hermano estaba investigando.
“Allí lo vi, fue la primera vez que pude verla. En aquel rincón miraba y notaba
algo dentro de mí como cuando sientes que juegan con tus tripas pero desde
dentro. Y ahora ese día lloré dios santo que era aquello, lo había visto como
vemos siempre a aquellos monstruos por el rabillo del ojo. Pero cada
día que pasaba, que me dejaban en esa habitación, más nítidamente la veía. Era
como si en ese rincón algo malo, amorfo se mezclara con ese efecto que hace la
televisión cuando no se sintoniza, cuando está mal puesto el canal…”
Alicia y Alan paseaban en dirección a las viejas instalaciones donde Jonathan,
hacia sus sesiones, detrás de ellos Mole llevaba en silla de ruedas a un
encadenado y drogado Jonathan, en la retaguardia de la compaña Marmitako.
-Así que esta es la famosa Atalaya-dijo Alan mientras
andaba al lado de Alicia.
-Lo dice como si hablara del mal -sentenció ella.
-Es curioso, pero en mi niñez escuché historias de este
lugar. Quizás es por eso que al final mi hermano decidiese venir aquí.
-¿Historias? ¿Cómo cuáles?
-Nos hablaban de que la Atalaya portaba el mal. No era sólo que mis abuelos,
quienes eran los que nos lo contaban las historias, creyeran que un loco…
-¿Loco?, no diga eso del doctor Colton, el director de este centro no podía hablar
así de sus pacientes, para Colton incluso el loco más loco siempre sería
cuerdo.
-… por supuesto disculpe.
Mis abuelos creían que este tipo de pacientes, habían perdido la mente para siempre, recuerdo-dijo Alan pensativo, poniendo esa mirada de ver en tus recuerdos-Una historia sobre un gusano, el gusano de Ygmogoth. Mi abuela nos lo nombraba cuando nos íbamos a dormir. Incluso nos contó una historia un día-sonrió-no sé cómo no se convirtió en novelista, era sobre un gusano que salía de la televisión, al menos eso creías; recuerdas, los gusanos de la película Temblores, eran muy parecidos a esos, te comían por el cerebro y al final solo quedaba la piel pero en su forma original era como si después te fueran a rellenar de paja.
Mis abuelos creían que este tipo de pacientes, habían perdido la mente para siempre, recuerdo-dijo Alan pensativo, poniendo esa mirada de ver en tus recuerdos-Una historia sobre un gusano, el gusano de Ygmogoth. Mi abuela nos lo nombraba cuando nos íbamos a dormir. Incluso nos contó una historia un día-sonrió-no sé cómo no se convirtió en novelista, era sobre un gusano que salía de la televisión, al menos eso creías; recuerdas, los gusanos de la película Temblores, eran muy parecidos a esos, te comían por el cerebro y al final solo quedaba la piel pero en su forma original era como si después te fueran a rellenar de paja.
Alicia puso cara de extrañeza y asquerosidad.
El viento le hacía mover la coleta para uno y otro lado
y la cofia a pesar de lo bien “claveteada” que la tenía, parecía que de un
momento a otro fuera a salirse.
Siguiendo por el camino asfaltado en dirección al ala
Hausenberg, en honor de uno de los médicos más insignes de la historia de la
Atalaya. Alan vio a lo lejos un enorme torreón, estaba detrás de todo el campo
colorido, al fondo entre las enormes olas que escalaban por el precipicio.
Alumbrando más allá. Dando la bienvenida.. Sus ojos fueron por el camino que
partía la extensión arcoíris en dos hasta la base de la torre y la escalaron
hasta alcanzar la cúspide. Un balcón dejaba ver el colorido
paisaje. Alicia miraba fijamente a Alan le intentaba leer la expresión,
deseando saber algo.
-¿Seguimos?-Alan escuchó eso de la enfermera y le sacó
de sus pensamientos había algo en esa torre que atraía la tormenta, lo
sentía.
Dejaron a su derecha el jardín arcoíris, y siguieron el
camino, ya podían ver parte del edificio, una de las paredes cubierta
completamente por la piedra oscura dejaba paso a hileras de plantas trepadoras
y macetas con bellas flores pero de lo que más capto la atención de Alan fue lo que vieron a unos
pasos más cerca. Un pequeño jardín era custodiado por un enorme cerezo que iba
perdiendo sus flores dejando un manto rosado en el suelo y una lluvia de bello
color. “En el árbol que llora lágrimas encontrarás mis neuronas” le volvió
aquella frase de su hermano.
-Nos sentamos un segundo-Alan señaló un banco de madera
bajo el cerezo, sus pisadas marcaron y ensuciaron la manta colorada.
-Me encanta esta vista-dijo Alicia-cuando en verano
podemos permitirnos un poco de calor por aquí, sacamos a los pacientes a que
disfruten un poco.
Aunque ya empezaba a bajar las temperaturas y el viento
había arreciado un poco, los pacientes que podían salir se empezaban a preparar
para volver al interior. Mole y Marmitako empezaron a ayudar a los que no
podían, dejando solos, a excepción de un dormido Jonathan, a Alan y Alicia.
Alan mientras estaba sentado, con su mirada
inspeccionaba casi como si fuera Superman, con visión de rayos X, todos los
alrededores para intentar averiguar dónde tenía su hermano, aquello que le
había comentado. Un movimiento de Alicia le saco de su pensamiento: la cofia
salió volando y se topó con una de las ramas de un arbusto cayendo
al suelo, cuando volvió el viento a silbar menos fuerte. Alan al recogerlo se
percató de aquello que su hermano decía, debajo del asiento hacia pegado lo que
parecía ser algún tipo de libro.
-Ahora sí que está haciendo demasiado viento-le dijo
Alan a Alicia. Ésta se abrazó para dar calor a sus brazos. Alan se acercó a
ella y le dio su chaqueta.
-No sé preocupe yo voy detrás suyo llevaré a mi
hermano.
Mientras Alicia se levantaba y se ponía por encima de
los hombros, lo que le habían ofrecido, Alan aprovechó para retirar aquello que
había debajo del asiento, no le costó trabajo, estaba pegado a un envoltorio
para retirar cómodamente el libro y luego colocarlo sin ser visto.
Alicia miró para atrás y Alan ya tenía tras de sí el
volumen, cogió la silla de ruedas y empujó a su hermano.
El ala Hausenberg era la más antigua de todas las
instalaciones, su piedra era de un negro apagado, que contrastaba con el blanco
resplandor del interior. Cuando pasaron al edificio, Alan sintió algo extraño
como si estuviera nervioso. “…todos la pueden ver al menos la sienten, sabes
esa sensación en el estómago como si te movieran las tripas por dentro ¡¡ESA
SENSACION DEJA CUANDO TE COME!!!” Las palabras de su hermano reverberaban en su mente.
Un enfermero se acercó deprisa a Alicia diciendo:
-Lamentablemente, el servicio de meteorología, nos ha
comunicado que la tormenta se dirige aquí han suspendido el bus, por ello no
podrá irse-miró a Alan-y el Sr. Colton no podrá volver hasta mañana.
-Sr Márquez, lamento este retraso-dijo Alicia-pero así
podrá conocer mejor el problema de su hermano y ayudarnos en nuestra tarea,
puede que teniendo a alguien entre estos muros que le importe, se recupere lo
más pronto posible.
-Tenemos una zona especial para las visitas, muchos
quieren quedarse algunos días para hacer más accesible la estancia a sus
personas queridas. No es muy lujosa pero podrá pasar una buena noche.
Pasaron despacio casi como si fuera una visita
primeriza a todas las instalaciones, desde la sala de juegos a la sala de los
pacientes más sanos y por ende menos peligrosos. Hasta que llegaron al ala
donde están las habitaciones más seguras, reformadas de la vieja ala más
antigua. Jonathan dio aún dormido un respingo, todos callados le miraron.
Alan sintió algo en su estómago, de nuevo las palabras
de su hermano mezcladas con las historias de sus abuelos le rugieron en la
mente. La raedura estaba cerca. Mientras andaban con el taconeo de los zapatos
de Alicia cual único cuchillo que aniquilaba el sonido sepulcral, Alan lo
sintió cada vez que se acercaban más a la habitación de Jonathan. Todo cambió.
La vista se le nubló y el ambiente se volvió enrarecido, como si hubiera sido
transportado a otro lugar… La oscuridad se hizo y entre los flashes, a modo de
relámpagos, de las luces todo cambio: las paredes blancas se convirtieron en
muerte, suciedad, sangre con dibujos extraños; el suelo cubierto de lo que
parecía un tipo de musgo reptante, y Alan lo supo eso era la raedura. Estaba en
ese mundo.
Había cruzado la
línea. Salió de él cuando Alicia le toco en el hombro.
-¿Se encuentra bien?-le miró con unos ojos
preocupados y una leve sonrisa.
-Sí, ha sido algo raro, será el tiempo, el clima, por
lo de la tormenta.
Llegaron a la habitación de Jonathan. Desde el exterior
era simple y común como la de una pensión. Si no fuera porque en la puerta,
todo de un blanco reluciente, tenía un enorme cerrojo plateado. El sonido de su
apertura fue casi como si le dieran dos disparos a Alan. La puerta crujió, y
éste vio lo que nunca pudo ver… nada. Creía que vería una habitación acolchada,
lleva de inscripciones ininteligibles, hechas con sangre, entre olores a vomito
por las pastillas que no se tragaría su hermano, orines en las esquinas como si
fuera la guarida de un verdadero loco. Sólo al entrar para poder contemplarla
mejor, sintió a la raedura abrirse camino desde el interior de sí mismo, la
sintió en su cuerpo y susurrando en su oreja acariciándole por dentro… Al
deslizar la mirada a la esquina no quiso ver lo que había y cerró los ojos pero
antes de hacerlo algo le obligo a ver, no había nada, era todo su imaginación
en esa esquina no había completamente nada. Respiró aliviado. Mole y Marmitako
le quitaron los grilletes reforzados a Jonathan y le tumbaron en la cama.
-No se preocupe, dentro de unas horas despertará-dijo
Alicia-Como vera su habitación no está más allá del otro mundo, tiene su cama,
mucha luz-“aunque las ventanas estén casi pegadas al techo y tengan rejas”
pensó Alan-y como ve un pequeño escritorio…
Alan contempló despacio la zona del escritorio no quería ver esa
esquina, no quería ver a la raedura allí sentada, como un ser amorfo mal
sintonizado…
Después de dejar a su hermano en su sala, Alicia llevo
a Alan a la zona común allí podría esperar mientras ella atendía a unos
pacientes y después le enseñaría donde pasaría la noche.
La zona era una enorme habitación con muchas camas
esparcidas, casi como si fuera la estancia de un orfanato o una antigua sala de
enfermería de la guerra. Tumbado en su cama, mientras oía el viento más fuerte
cada vez que pasaba el tiempo, y los relámpagos y rayos como si fueran flashes
de cámaras. Con la única luz del flexo siempre hacia lo mismo, como cuando era
pequeño; miraba a todos lados, aun en su soledad, para leer algo prohibido.
Sacó de debajo del colchón, aquello y entre la tenue luz, leyó como cuando era
chico…
“Sé que no estoy loco pero lo deseo. Llevo aquí no sé
cuánto tiempo, me han quitado todo dispositivo para leer el tiempo, y si no
fuera porque cuando me dan esto para leer y escribo lo que me está pasando ya
desearía estar muerto.”
Alan no podía creer lo que estaba leyendo, ese libro
ajado, era la única comunicación que tenia de su hermano. Usó el truco que
hacían cuando eran pequeños. Poner un punto superior en cada palabra que de
verdad escribían, para sí cualesquier textos convertirlos en enigmas, hizo su
propio código secreto. Aunque le costaba leer entre las líneas del libro
original, se estaba empezando a enterar, lo que pasaba en esas paredes y la
progresión en la locura de su hermano. Leyó:
“Sabía cómo me hablaba, sabía lo que me decía, sabía
quién era pero no quería saberlo; hay algo dentro de mi habitación. Veo como en
la pared se abre una puerta, quizás a mi locura o quizás a algo tan real, tan
tétrico que deseo realmente estar loco. Aquello era como una raedura pero
suelta. En aquella habitación había tanto sufrimiento que podía existir, sin
necesidad de nadie que lo alimentara. Ese monstruo amorfo, crecía cada vez más.
Lo podía sentir, aún.
No lo veía agazapado
cual ameba en el rincón oscuro.
Y no me percaté que en esa habitación, aquella la primera (la habitación negra,
no había sido modificada desde su construcción. Con su humedad, su ladrillo
negro, el hedor, y todo aquel poder. CUIDADO SI TE LLEVAN ALLÍ) y no ésta,
donde permanecí ya quedé infectado, sus zarcillos venidos de “el otro mundo” me
contagiaron por decirlo así, porque nunca sientes los primeros bocados. Nunca
sientes como crece dentro de ti mismo DETRÁS DE ESA PUERTA”
Un trueno sonó cerca, después de que un enorme
resplandor apareciera, la luz se apagó y todo se sumió en la oscuridad. Entre
cada relámpago Alan vio algo, la escena que siguió a continuación fue como las
imágenes en fotogramas, como un zootropo. Algo se acercaba, algo iba hacia él.
Algo, creía él. La oscuridad se cernió, el silencio le
envolvió.
Cuando Alan despertó seguía en plena oscuridad, no oía
ni los truenos ni veía rayos ni siquiera podía oír la lluvia. ¿Dónde estaba?
Sentía un olor pestilente, y aun en la oscuridad algo dentro de sí que no
deseaba saber que era, pero le estaba llamando. Sin poder verlo solo sentirlo,
ese hedor, esa pestilencia que empezaba a salir de su cuerpo… Sabía lo que
sentía su hermano y lo único que pudo hacer, es ir directo lo más lejos de
aquella sensación, notaba como salía cada vez más fuerte: como su cuerpo se
desmembraba, como la carne se pudría cada vez más que la raedura se iba
abriendo paso… y de pronto la luz.
-Como pueden comprobar, el Sr Márquez, está en un
estado casi catatónico por periodos y no sabemos cuánto duran.
Se encontraba en la misma habitación donde había dejado
a su hermano, tras la puerta, asomaban varias cabezas deseosas de mirar. En
medio, un inerte Samuel Colton.
El cuerpo de Alan se estrelló contra la puerta
gritando:
-No estoy loco, sé lo que está pasando, la raedura me
ha poseído. La puedo ver esta ahí ¡¡¡EN LA ESQUINA!!! Todos la podéis sentir
todos sabéis que está aquí, oídla. MIRADLA…-Alan contemplaba con miedo atroz
una esquina. Mientras el grupo de prontos doctores se alejaban, Colton, detrás
de todos ellos, sonreía antes de perderse en la lejanía de la visión de un
temeroso Alan.
Éste no dejaba de gritar, deseaba escapar de allí pero
no podía. Era tal la desesperación que se estrellaba contra la puerta, deseando
salir; empañando todo la blancura de un rojo sangriento, podía ver a la raedura
y cada segundo que pasaba más nítidamente. Ahí estaba, gimiendo, con su imagen
espectral mal sintonizada, incluso la puerta, la brecha en la pared y ese hedor
cual zarcillos abriéndose paso, al igual que en su pecho, una enorme gimotearte
y viva pidiendo cada vez más comida.
Y después de gritos, de golpes, y estertores de muerte,
el silencio.
La soledad del pasillo dejo paso a la nada. La sangre,
se deslizaba por el recuadro de la puerta, y como una mosca entramos dentro;
esperando ver el horror descrito pero no hay nada ni nadie simplemente una
habitación impregnada de restos de sangre, señales de un desesperado intento de
un “loco” por escapar.
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