El Artefacto
Un viento cálido y abrasador que provenía del norte azotaba con fiereza las sólidas y magnéticas murallas de la Fortaleza. Las torres de vigilancia, ubicadas de forma parecida a una brújula, se reflejaban en la arena que los violentos rayos de un sol despiadado coloreaban de un rojo intenso, capaz de dejar la piel en carne viva si uno era lo bastante sin cerebro como para andar sin zapatos. Incluso caminar con sandalias era cuestionable. Los guardias postrados en las torres, por su parte, debían soportar el calor desde lo más alto, ataviados en uniformes cruelmente pesados y nada frescos, que hacían que su baño diario fuera su propio sudor. Pese a que ellos no lo notaban, Jake sabía que algo extraño rodeaba a la Fortaleza. No era sólo el aire asquerosamente caliente, sino que se respiraba una fuerza indescriptible, una especie de punzante energía que iba en aumento poco a poco,